martes, 17 de febrero de 2015

Cosquín Rock: Por la paciencia y el respeto

Andrés rockea, a su lado Comotto
El festival de rock más grande del país cumplió 15 años. Fue una edición histórica que debió sortear un diluvio con resultados trágicos para Córdoba. En lo estrictamente musical Andrés Calamaro fue el que más brilló.

COBERTURA ESPECIAL

Por Néstor Pousa

No es difícil acceder al predio donde se realiza el Cosquín Rock, ubicado en Santa María de Punilla, municipio serrano donde desde hace cinco años recaló -luego de iniciase en la Plaza Próspero Molina de la ciudad a la que le debe su nombre y tras un paso por la Comuna de San Roque frente al lago de igual nombre- el Festival de Rock más grande del país y ahora también el más longevo.
Santa María de Punilla es una relativamente pequeña localidad con poco menos de 10.000 habitantes que se desarrolla a ambos lados de la Ruta Nacional N° 38 en pleno corazón del Valle de Punilla. La cuestión es que para el fin de semana del magno evento ve cuadruplicar esa cifra con eventuales habitantes. Para llegar hasta el aeródromo el punto de referencia es la escultura de una guitarra eléctrica al costado de la ruta, cerca de una garita de colectivos y pegada a las vías del ferrocarril. La banda de sonido de las humeantes parrillitas al paso repletas de choripanes a medio asar es casi exclusivamente de los Redondos de Ricota, banda que nunca estuvo, ni estará en algún Cosquín Rock, pero que su vigencia en el sentimiento del rockero argentino se hace notar porfiadamente.
El segundo paso es cruzar el río Cosquín, tan calmo y refrescante en momentos en que el sol agobia, como caudaloso y amenazador cuando las condiciones climáticas conspiran. El cruce se hace por un pequeño puente estilo película de guerra, única puerta de entrada/salida para las 40.000 (a veces más, a veces menos) personas que jornada a jornada legitiman con su presencia que este es ya uno de las mayores citas musicales de todos los tiempos.
Una vez sorteado el puente el camino se bifurca: el de asfalto, recto y ascendente en dirección a la montaña, será la ruta a seguir por el personal de producción, músicos, periodistas y toda otra persona involucrada en los servicios del evento. El de la derecha, serpenteante, de tierra, es el ingreso para el público que al atravesarlo deambulará por un interminable shopping gastronómico del palo, en dónde las papilas gustativas son inevitablemente impactadas por aromas y sabores al ritmo de la música propalada por equipos de sonido al borde de la saturación. Aquí también la que impera es la exbanda del Indio y Skay, aunque se cuela por ahí alguna canción de La Renga, otro de los números que jamás pisa un festival masivo y mucho menos si está sponsoreado. Por uno u otro camino habrá que patear unos 300 metros, etapa final para llegar al gran parque temático del rock donde abundará la música en vivo en sus cinco escenarios funcionando simultáneamente, pero que también ofrece una amplia gama de entretenimientos afines a la misma y como una marca registrada de este encuentro. El público podrá recrearse con la shockeante experiencia de Fuerza Bruta, un deslizamiento en tirolesa por frente al escenario principal, un paseo en vuelta al mundo (que esta vez no funcionó), participar de alguna de las presentaciones de libros, vista de rockumentales, shows de stand-up con figuras como Roberto Pettinato, Hernán Casciari, un set de humor cordobés a cargo del Flaco Pailos, y por qué no, hacerse un corte de pelo extravagante en una sucursal ambulante de la autoproclamada única peluquería rockera de Córdoba.
La sub-fauna de cronistas tenemos la primera parada técnica en la carpa de prensa, espacio de trabajo y a la vez refugio. Los momentos allí transcurren entre montañas de cd’s de bandas que pugnan por hacerse conocer y la posibilidad de conversar cara a cara con algunos de los protagonistas del festival. La carpa también es el lugar donde sabés que te vas a encontrar con el abrazo de colegas de todo el país, a veces de países vecinos, algunos de ellos amigos por tantas batallas de rock & roll jugando para el mismo equipo.

Adrián Dárgelos en acción
Cosquín Rock 2015 se vendía como una edición histórica. Sus 15 años ininterrumpidos de hazañas en la Próspero Molina, la locación en San Roque hasta llegar a Santa María, así lo aseguraba. Lo que nadie imaginó es que sería histórica también por una tormenta de descomunales dimensiones, un verdadero diluvio con record de agua caída en pocas horas y resultados trágicos para Córdoba, que fueron difundidos en cadena por los medios nacionales. Esto obligó por primera vez en una década y media a suspender una jornada completa, la del domingo, y reprogramarla para el martes siguiente con todo lo que implica rearmar toda una monstruosa logística de producción. José Palazzo, factótum del ciclo, en el verano pasado definía: “Los de la película 300 al lado de la gente de mi producción, son Stravaganza”, con esta humorada el productor que lejos de cultivar un perfil bajo es afecto a las declaraciones altisonantes, manifestaba su satisfacción por el trabajo realizado por su equipo. Está claro que la faena en circunstancias como la apuntada suele elevar el grado de dificultad y los márgenes de error, pero la decisión de suspender la actividad del domingo que tomó la mesa chica (que integran Defensa Civil, Policía de la Provincia, Fiscalía y Organizadores) fue absolutamente correcta en razón de las circunstancias y, en definitiva y al margen de algunos perjuicios individuales y menores, no afectó el normal desarrollo del evento. Sin perder de vista en ningún momento que el daño mayor e irreparable había ocurrido al otro lado de las montañas, muy cerca de allí, en el sector conocido como las Sierras Chicas.


Salmonalipsis now

Salmón on screen
El show de Andrés Calamaro en el cierre de la primera jornada quedará grabado como uno de los momentos inolvidables de este festival en toda su larga trayectoria. El Salmón era esperado aquí con total ansiedad. No menos de diez años pasaron durante los cuales los organizadores intentaron contratar sus servicios infructuosamente, hasta que los planetas se alinearon para que pudiera decir presente en 2015. Era la (gran) figura que faltaba, qué duda cabe, y venía en uno de sus mejores momentos profesionales y personales, con un muy buen disco por defender, el premiado y elogiado Bohemio; con una banda de respaldo de características notables y un repertorio antológico que no dejó afuera ninguna de sus etapas previas como intérprete y compositor, sea integrando una banda o en rol de solista.
La primera jornada había cumplido con toda su oferta prometida, un menú muy variado en los cinco escenarios. Por el principal ubicado en la cabecera norte, habían hecho su trabajo con efectividad los Guasones y su dosis de rock & roll clásico; el regreso de Los Auténticos Decadentes desatando su fiesta de 28 años con sus tres cantantes alternos: Cucho Parisi, Jorge Serrano y Diego Demarco; y el número de semifondo, los Babasónicos, que siguen facturando vivos gracias a ese gran disco que es Romantisísmico, pero que esta vez sorprendieron con una revisión de sus trabajos anteriores.
Luego que el personal de gira realizará un exhaustivo chequeo de equipos a la vista de todo el público, Andrés pisó por primera vez el célebre escenario cordobés a la 0:15 de la madrugada del domingo con la rama femenina del rock dando quórum absoluto. Tras un breve saludo descerrajó una seguidilla sin respiros. Alta suciedad y El salmón abrieron el fuego (casi literal); siguió con Cuando no estás, Rehenes y 12 pasos, de su disco más reciente, pero que se corean como clásicos; y A tus ojos, el primero que se escucharía de Los Rodríguez, banda formada por Andrés en su estadía española y que su plantilla se repartía mitad argentos, mitad ibéricos. Recién entonces paró la pelota en propio campo para agradecer: “A José (Palazzo) y a Cosquín Rock por la paciencia y el respeto”; larga espera que se encargó de retribuir con un concierto intenso, emotivo y extraordinario, porque superó los niveles esperables de una presentación para festival.
El repaso de su extensa obra de más de tres décadas fue minucioso. Para tener una aproximación bastante certera se puede recurrir al cd + dvd de reciente lanzamiento titulado Pura sangre (2014) que documenta distintos momentos de su gira por argentina y algunas plazas de Latino América. El show continuó con Nacimos para correr, la balada existencial incluida en Bohemio y otros hits con los que convive a la perfección como La libertad, Estadio Azteca y Media Verónica. Si uno se ponía a pensar, es increíble el repertorio acumulado por Andrés Calamaro; el problema es que no había tiempo para pensar porque enseguida aparecía Mil horas, el mega clásico “ochentoso” que escribió en la etapa Abuelos de la Nada, o el summum interpretativo en Me estás atrapando otra vez, que dejó a todos casi sin palabras. Y nuevas referencias a Los Rodríguez con Mi enfermedad y Todavía una canción de amor, la colaboración Calamaro/Sabina que avivó la euforia al extremo.

A este Andrés, que lucía vincha NBA, raybans oscuros y sobria remera al tono con loguito de las 3 tiras, se lo observó moverse a gusto por todo el tablado, pero absteniéndose a la tentación de recorrer la pasarela que invade el espacio del público. Acompañado por una banda notable en la que se destacan Sergio Verdinelli, de insuperable golpe en su batería todo terreno; y las dos guitarras que lo flanquean: Julián Kanevsky para los solos sensibles y slide guitar; y Baltasar Comotto el de los punteos incendiarios cuando el momento exige rockear a fondo.
De buen talante y excelente humor, no apeló a esa pose distante de rockstar incomunicado del mundo, pero tampoco abusó de la retórica. Prefirió la ironía cuando citó su histórica frase que en otros tiempos le trajo algún dolor de cabeza: “Que linda noche para fumarse un…”, y pidió a los 30.000 presentes que la completen, para rematar: “Si somos imputados, que nos imputen a todos”. Fue el único roce de Andrés con la más urgente actualidad política.
En el momento evocativo de la función y mientras él mismo se cebaba “un mate amargo para endulzar la garganta” (sic), mencionó las pérdidas irreparables de Joe Cocker, Paco de Lucía y Johnny Winter, a los que les dedicó Tuyo siempre. Antes de que a alguien se le ocurra inoportuna esa canción en ritmo de cumbia, hay que recordar que la coda repite el verso “Porque no voy a olvidarte nunca más”.
Hacia el final de dos horas de show el mayor de los Calamaro volvería en los bises con un nuevo homenaje a grandes artistas del gremio de los que todavía no se asimila su ausencia física. La gran pantalla devolvía sus imágenes y nombres en el momento de Los chicos, dedicada a los amigos que se fueron primero, con especial referencia cordobesa para el Potro Rodrigo. El enganche como tema final de Sucio y desprolijo (Pappo’s Blues) seguía por la misma vía rindiéndole un nuevo tributo al Carpo, en una versión tan prendida fuego que ni la copiosa lluvia, que ya empezaba a anegar todo el predio, pudo apaciguar.-     


El Cosquín reprogramado. Mirando el cielo.

Andrés Giménez (De la Tierra), agita
Sobre el cierre de edición de Ecos de Punilla, medio gráfico para el cual cubro este evento desde hace ya 12 años, continuaba desarrollándose normalmente el Cosquín Rock 15° aniversario, que se vio obligado a reprogramar la cartelera de su segunda y tercera jornada los días lunes 16 y martes 17. No obstante esto, una verdadera multitud cercana a las 40.000 almas pobló la pista de Santa María de Punilla en el “falso cierre” a cargo de Ciro y los Persas en la segunda noche, seguido de cerca por el Temático Heavy que de lejos agitaba con destacadas performances de Carajo y De la Tierra.
Ante lo inesperado de la reprogramación del domingo a martes, y debido a que muchos no pudieron quedarse un día más, se resintió notablemente el número de asistentes del último día. Como era de esperar la mayor atención la tuvo Patricio Santos Fontanet con Don Osvaldo, versión reseteada de su anterior Casi Justicia Social. El fenómeno de adhesión incondicional que manifiestan sus seguidores debería ser objeto de análisis de algún sociólogo más que de un cronista de rock. Ajeno a cualquier especulación, la inclusión en el Temático Rock de una leyenda como Viticus -estrenaba nuevo guitarrista cantante- fue un clase maestra de rock & roll para los seguidores de los otros grupos de la grilla.
Mientras que en el Hangar las bandas de Córdoba hacían su rancho aparte, en el escenario principal Skay se hacía cargo de un cierre de ciclo tan inesperado como merecido; los Kuryaki funkeaban sin importar demasiado las condiciones adversas, los Eruca Sativa estrenaba un lugar de honor en el cronograma de horarios y Boom Boom Kid azotaba este escenario por primera vez con su estilo frenético. Todo esto ante una convocatoria que en términos numéricos podría definirse como ridícula. Obvio, la multitud estaba en otra cosa.
En definitiva estos últimos apuntes deberán considerarse como notas de color o bien pasar a engrosar futuros capítulos del anecdotario del festival, pues todos los allí presentes lo único que esperábamos era que se terminara de una buena vez esta edición que, salvo el sábado, el resto de los días nos encontró mirando el cielo más que lo que ocurría en los escenarios.-

Fotos: Manuel Pousa

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