miércoles, 17 de agosto de 2016

Woodstock: manifiesto de paz y amor

Se cumplen 47 años del legendario Festival de Woodstock, evento que con una asistencia multitudinaria se convirtió en el mayor emblema de una generación que se oponía a la guerra.

FESTIVALES HISTÓRICOS

Por Néstor Pousa

¿Dónde y cuándo nació el concepto de “festival de rock multitudinario” tal como lo conocemos hoy?, un formato que tanto éxito consigue y que en algunos casos alcanza ribetes épicos. Los festivales de rock reconocen como antepasado directo al Festival de Woodstock, evento que durante los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969 reunió a los mayores exponentes de la música rock del momento. Por estos días se cumplen exactamente 47 años de aquel fin de semana en que profetas musicales como Jimi Hendrix, John Sebastian, Richie Havens, The Who, Janis Joplin, Joan Baez, Ten Tears After y Crosby, Stills, Nash & Young, entre muchos más; compartían cartel y escenario con las nuevas expresiones, ilustres desconocidos como Carlos Santana o Joe Cocker que se convertirían en estrellas en un abrir y cerrar de ojos.
Para su concreción cuatro jóvenes de nombre John Roberts, Joel Rosenman, Michael Lang y Artie Kornfeld, alquilaron una extensión de terreno próximo a una pequeña ciudad llamada Bethel, cercana a Nueva York, en rigor una granja propiedad de Max Yasgur con posibilidades para albergar en el mejor de los casos a unas 100.000 personas. Por un error de cálculo el predio se vio desbordado con las 400.000 almas que hasta allí llegaron, haciendo colapsar una logística prácticamente inexistente, pero a la vez convirtiendo al hoy legendario festival en un mito y en el más emblemático de toda la historia.

 -Sugiero echar un vistazo a "Woodstock: 3 Days of Peace & Music", película dirigida por Michael Wadleigh (Oscar de la Academia de Hollywood en 1970 como mejor documental)

Curiosamente, si bien por este hecho y por lo que ocurrió tanto arriba como abajo del escenario, a Woodstock se lo reconoce como el génesis, tampoco fue el primero. Ese honor le corresponde al Monterey Pop Festival realizado en California entre el 16 y el 18 de junio de 1967. De este ciclo verdaderamente iniciático fue que los creadores de Woodstock tomaron la fórmula magistral, y aunque a ambos se los reconoce como el punto de encuentro de la floreciente cultura hippie de aquellos años, sólo Woodstock alcanzó la inmortalidad como el portador incansable de los estandartes de paz, amor y no violencia de todos los tiempos, con fondo de música rock. Un poco más de cuatro décadas y media después aquel rechazo a la guerra está más vigente que nunca ante un mundo que, está a la vista, parece no haber acusado recibo del mensaje.

Woodstock a la criolla. En nuestro país a finales de los años ’60 el rock empezó a germinar con fuerza gracias a la constancia de los primeros pioneros que comenzaron a advertir que algo estaba ocurriendo fronteras afuera. Referentes como: Litto Nebbia y Los Gatos, Manal, Moris, Miguel Abuelo, Luis A. Spinetta y Almendra y Vox Dei, fueron los responsables de reinventarlo en castellano, naciendo una Nueva Cultura Joven en nuestro país, que exportaría el fenómeno a toda Latinoamérica y España, lugares donde parecía absurdo que una música de raíz anglosajona pudiera interpretársela en la lengua de Cervantes sin perder autenticidad e identificación.
Era de cajón que en el rubro festivales tendría su correlato emulando lo que estaba sucediendo en el mundo. Así, en noviembre de 1970 en el Velódromo de Buenos Aires se inauguraba el Festival BARock (Buenos Aires Rock), auspiciado por la revista Pelo, una de las primeras en la difusión de la cultura rock en nuestro país. Los 30.000 asistentes a esa primera edición pudieron chequear qué era lo que estaba ocurriendo con las primeras expresiones de lo que por entonces se conocía como Música Progresiva. BARock tuvo su continuidad en los años 1971 y 1972; y un efímero regreso en 1982 por el impulso de difusión que tuvo el género una vez instalada la Guerra de Malvinas.
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La primera mitad de la década siguiente estuvo dominada por el Festival de Rock de La Falda, cuyo nombre original fue Festival Argentino de Música Contemporánea. Por aquello de los rótulos y las etiquetas, lo que antes fue progresivo pasaba a denominarse contemporáneo. La  hegemonía de este prestigioso ciclo faldense (que tuvo como antecedente una fecha realizada en la Plaza Próspero Molina de Cosquín en 1976) se extendió durante 10 ediciones, con interrupciones, desde el verano de 1980 hasta el 2002. Su creador y organizador, Mario Luna, desvinculado de La Falda luego de 1984, fundaría al año siguiente en la capital cordobesa el Chateau Rock (con sede en el estadio mundialista hoy conocido como Mario Alberto Kempes) otro importante bastión provinciano del rock en el interior del país.





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Las primeras luces del nuevo milenio vieron nacer a un nuevo festival: Cosquín Rock, otra vez en tierras hostiles para el género, al cual le cupo la virtud de desempolvar y reinventar el modelo “festival de rock” y desatar una fiebre de la cual muchos se contagiaron. Este evento considerado en la actualidad el mayor ciclo de rock del país, y cuyos creadores son José Palazzo (continúa al frente) y Perro Emaides (desvinculado en 2005), cumplió 16 ediciones ininterrumpidas en febrero pasado, todo un record histórico de permanencia. Y va por más, la próxima meta para 2017 es abrir franquicias en otros países.-

lunes, 8 de agosto de 2016

Fito Páez celebró 30 años de "Giros" en Córdoba

Foto: Pedro Castillo / www.lavoz.com.ar
Ante una Plaza de la Música absolutamente colmada, el rosarino renovó votos de confianza con el público cordobés repasando de principio a fin uno de los discos consagratorios de su carrera. 

RECITALES

Por Néstor Pousa

Hace tres décadas Fito Páez agitaba las disquerías y nuestros sentidos con la aparición del que conceptualmente sea tal vez el disco mejor logrado de toda su carrera. Giros se titula la placa y fue la síntesis perfecta de un género que se venía concibiendo, lo que alguien bautizó como música contemporánea argentina, devenida de la sinergia entre el rock, el tango y el folklore, en proporciones a gusto según cada caso. Giros comienza con el tema epónimo, una especie de tango moderno en donde suena un bandoneón emulado que no es Troilo, ni Piazzolla, pero parece. Hay un rock and roll hipertenso (Taquicardia); un rock lento que se esfuma en aires latinos (Alguna vez voy a ser libre); y hasta una electro-baguala de misterioso título (DLG). Nada es descartable, ni de relleno en Giros, allí conviven con alta autoestima Narciso y Quasimodo, Cable a tierra y Decisiones apresuradas; y un par que son “primas hermanas” (sic de Fito) de sus más grandes éxitos: 11 y 6  y -especialmente- Yo vengo a ofrecer mi corazón.
El recurso aniversario es una opción más que válida para salir a la ruta y el rosarino aprovechó el pretexto para traer a Córdoba la gira conmemorativa de los 30 años del referido disco. Para ser más precisos treinta y uno, ya que la placa fue lanzada en 1985 y la presente gira comenzó el año pasado y se prolongó en la actualidad.
Páez con su actual banda en el comienzo del show ofrecido el viernes pasado ante una Plaza de la Música absolutamente colmada, repasó de principio a fin el programa de Giros con sus nueve pistas, poco más de 30 minutos de música, lo que en la “antigüedad” permitía almacenar el vinilo, formato de la edición original del que fuera el segundo disco de un Fito lanzado a máxima velocidad y que lo confirmaba como la nueva cosa que había que escuchar en el firmamento del rock argento. Un joven prodigio y letrista lúcido que alternaba sus primeros trabajos solistas con colaboraciones para Charly García y duetos con Spinetta. Casi nada.
A las 21.45, sobre una intro de Yira-Yira reproducida por los altavoces, apareció Páez luciendo un saco mil rayitas y rigurosas gafas para sol. Se despacharon con una precisa versión de Giros (la canción) y desde allí no pararon. Siguieron en estricto orden, llegaron hasta 11 y 6 y Yo vengo a ofrecer mi corazón que merecieron una trato preferencial de parte del autor-intérprete que se mostraba con un buen humor que no siempre lo acompaña y abundando en referencias sobre su romance con Córdoba. En Decisiones apresuradas se tomó el tiempo de explicar: “Esta es la canción de un general que tomaba cocaína, tomaba mucho whisky y mandó a muchos soldaditos nuestros a  la guerra”. La aclaración era necesaria teniendo en cuenta el asombroso bajo promedio de edad de la mayoría de los asistentes.

Tras el último tema del disco el repaso llegó a su fin y sin solución de continuidad dio lugar a la segunda parte del show con Yo te amo y una nueva dedicatoria para la Docta. La banda que destaca a Mariano Otero (bajo y coros) y Carlos Vandera (guitarras y coros), sonó más ajustada y contundente en un popurrí pensado para gustar y no fallar, con obbligatos como La rueda mágica, A rodar mi vida y Mariposa Tecknicolor. Aunque hubo rescates más profundos de un repertorio que se sabe extenso e irreprochable, plagado de gemas poco frecuentadas como la épica Lejos en Berlín y la muy rítmica A las piedras de Belén. Esta última perteneciente al disco que sucedió a Giros: Ciudad de pobres corazones (¡atenti! el año que viene cumple 30 años).

¿Y qué del Fito animal político? No hubo una bajada de línea expresa como hubiera podido esperarse. Sí algunos guiños. Como el silencio seguido de gesto exagerado de duda, cuando entonó: “No creas que perdió sentido todo…” (en Cable a tierra). Todo muy sutil por cierto. Páez no come vidrio, sabe que a los afectos de sus manifestaciones políticas venir a esta ciudad es como pisar territorio comanche.-
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Ofrecer su corazón en La Falda. El álbum “Giros” editado durante 1985 tuvo su presentación oficial en La Falda al año siguiente en el Festival del Siglo. Con los últimos rayos de sol de una cálida jornada de verano, Fito Páez fue el responsable de uno de los conciertos más deslumbrantes de todo el ciclo. Era el viernes 10 de enero y Fito de apenas 22 años saltó al escenario seguido por una banda de jóvenes talentos: Tweety González (teclados), Fabián Gallardo (guitarra y coros), Daniel Wirzt (batería), Paul Dourge (bajo) y Fabiana Cantilo (coros y pareja de Páez). El sonido de ese combo era tan orgánico como digital, hacía base en la potencia de la  batería del “Tuerto” Wirzt e incorporaba teclados y sintetizadores explotados al máximo de sus posibilidades. Tocaron las nuevas canciones 11 y 6 y Yo vengo a ofrecer mi corazón, que ya tenían destino de clásicos; mientras la sangre rockera fluía en números como Taquicardia o Narciso y Quasimodo. Los que fueron testigos saben que lo entregado por Fito y sus músicos esa tarde-noche fue una performance inolvidable que quedó en el cuadro de honor de los mejores momentos del legendario Festival de Rock de La Falda.
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