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Foto: Flor Piai Fotografía |
El
power trío que lideran Ricardo Mollo y Diego Arnedo regresó a La Falda a 24
años de su debut en esta ciudad. Mollo también recordó la vez que Sumo no pudo
tocar, la noche en que se derrumbó el festival.
RECITALES
Por Néstor
Pousa
cobertura especial
“Después de 26 años volvemos a La Falda”, fue el saludo de Ricardo Mollo a las más de tres mil personas no bien
pisó el escenario. Aún con el margen de error (probablemente inducido) el dato
consignaba que este no iba a ser un show más. Recalculando: Divididos
tocó por primera vez en La Falda en el verano de 1992 (hace casi exactamente 24
años), fue para el último Festival de Rock que organizó Mario Luna, y se
convirtieron en la consagración de esa edición con Acariciando
lo áspero, su segundo disco. Lo que siguió después ya casi todos lo
saben.
La noche del sábado 26 de marzo Ricardo entró cargando una
mochilita en su espalda, como si el recorrido previo hubiera sido exclusivo hotel spa-combi-escenario, sin escalas en camarines, de la misma forma en que dos
horas y veinte después abandonarían raudamente el lugar. No notas. No
conferencia de prensa. Hermetismo total. Pero el show fue distendido, con un
Mollo muy comunicativo que incluso haría referencia a 1987, el año del caos, la
era de la boludez, misma ciudad, mismo festival, pero con otros organizadores.
La vez que Sumo no pudo tocar por suspensión, la noche en que el festival se
derrumbó. “Tenemos una asignatura pendiente”, lanzó, y era la noche ideal para resarcirse.
Pero eso sería más adelante, primero vendría una seguidilla de temas con el
carácter de este power trío con justicia apodado la aplanadora del rock. Una primera parte con: Elefantes en Europa, Libre el jabalí,
Haciendo cosas raras, Tanto
anteojo, Cabeza de maceta, El perro funk (un mash-up
con el bolero Inolvidable), Salir
a asustar y Sábado, que desataría el
primer gran mosh de la noche. Resguardados por
una escenografía deliberadamente austera (largos telones rojos, juego de luces,
ausencia de pantalla de video, sonido óptimo), una medianera de equipos al palo
y la batería ocupando el centro de la escena, el trío se embarcaría en el
momento psico-stoner que tan bien le sienta, con
notables interpretaciones de Senderos y Jujuy, ambos de Amapola del 66,
su último disco hasta el momento, fechado en 2010.
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Foto: Flor Piai Fotografía |
Sin llegar al unplugged, pero con Mollo y Arnedo
acomodados en sendas banquetas, habría un intermedio con Dame
un limón, Brillo triste de un canchero
y las esperadas baladas Spaghetti del rock y Par mil. Un respiro en atención a aquello que dice “no
es poesía ver la carne transpirar” (Dame un limón),
pero duraría lo que un suspiro porque enseguida y tras un solo de batería de Catriel Ciavarella establecerían que si no fueron
ellos los que inventaron la fusión folklore-rock, son los que mejor la
decodifican y su versión de El arriero (de Yupanqui)
es el gran electro-himno de ese subgénero mestizo. Amapola
del 66 (el tema) fue otro de los altos momentos de la noche, aunque
la ausencia de La flor azul, tal como lo
documentaron en el disco de estudio, lo deja trunco. A continuación el otro
gran momento de la función, con Mollo repasando lo que había sucedido en
aquella lejana y agitada jornada de 1987 (“No creo que
ninguno de Uds. haya estado esa noche”, arriesgó) e invitando a su
ex-compañero “Superman” Troglio a que ocupe la batería para una versión casi sin
ensayo de Crua-Chan con la mitad de Sumo sobre el
escenario. “Saldada casi la deuda”, se
reconfortaba el guitarrista.
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Foto: Flor Piai Fotografía |
Si hay dos discos que certifican el alias de aplanadora
del rock ellos son el precitado Acariciando lo
áspero (1991) y La era de la boludez
(1993), ambos concebidos con la participación de Federico Gil Solá, segundo
baterista que alistó el trío. Y Divididos con Ciavarella (previo paso de Jorge
Araujo) recuperó ese mismo toque animal. Por eso los nombrados son dos de los
álbumes más revisitados en los vivos, con clásicos como Paraguay,
Paisano de Hurlingham, Rasputín,
Ala delta y El 38,
con su intro de hi hat que arma el segundo pogo
más grande del mundo, redondearon una larga lista de 26 canciones. La imagen
final es Ricardo Mollo y su colección de guitarras vintage;
es Catriel Ciavarella y su show aparte y es Diego Arnedo, un bajista por
momentos imperturbable, despidiéndose con un enigmático “No
se dejen engañar” sobre un acorde interminable de guitarra
distorsionada.
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