viernes, 6 de enero de 2017

Andrés Calamaro: de rock y juventud

Sobre fin de año el Salmón presentó “Volumen 11”, el disco más rockero de su carrera solista, pero también muchos discos en uno solo. ¿Destino de obra maestra? Aquí nuestro comentario.   

NOVEDADES

Por Néstor Pousa

Cuando 2016 ya se despedía Andrés Calamaro lanzó el que amenazaba ser el disco más rockero y valvular de su prolífica carrera solista. Pero a decir verdad es mucho más que eso, es varios discos en uno, aunque su portada nos insinúe un equipo de guitarra vintage y el título elegido, Volumen 11”, nos remita sin demasiadas vueltas a This is Spinal Tap, el falso documental de Rob Reiner de 1984 que explora la carrera de una banda de heavy metal.
El disco realmente empieza rockero con Apocalipsis en Malasaña, un inesperado trash metal inspirado en el bar El Palentino de Madrid. Calamaro saca provecho de los notables instrumentistas -una larga ficha técnica lo respalda- para concebir un disco ecléctico y versátil que del rock duro puede pasar a un delta blues titulado El huevo y la gallina en el cual Andrés se atribuye todo: autoría, voz, coros, guitarras y armónica.
Podría decirse que este es un disco blusero si además anotamos Tan triste no es el blues y Hasta el cielo, este con un guiño a Pappo; además de las versiones de Como el viento voy a ver (Spinetta/Pescado Rabioso) y Blues de Santa Fe (Pappo’s Blues). Pero no son esas las únicas versiones de clásicos que eligió el Salmón para este álbum cumbre, y tan luego sorprende con Mareo, aquel bolerazo de Babasónicos. Entonces también se dirá que es un disco de versiones que incluye, a modo de muestra de lo que fue su gira acústica Licencia para Cantar, la tonada tradicional mexicana Que te vaya bonito.

Pero un Andrés autentico nunca reniega de un hit, y ese lugar lo ocupa La noche, primer corte de difusión y vídeo clip de Volumen 11. Uno de esos hitazos de combustión instantánea gestado junto a Cachorro López en el rol de productor artístico, amigo y estrecho colaborador del autor. Una sociedad que es una usina de temas con destino de alta rotación, como el nombrado.
Pero hay un hit que se las trae. Que camina lento pero seguro al olimpo de los grandes clásicos del Rock en Castellano de todos los tiempos. Se llama Rock y juventud, una letra melancólica sobre un loop de percusión hipnótico que te envuelve lentamente. Casi un tango moderno y una de las joyas del álbum.        

Volumen 11 es un disco inesperadamente extenso para su época, que desnuda las obsesiones de su autor: la noche, la soledad en estado adulto, la cultura rock, la juventud que languidece, los amigos que se fueron primero. Un disco que por momentos aparece luminoso y en otros oscuro y opresivo, como si se tratara de una secuela de El Salmón.
“Mi propio panorama se presenta complicado, retirado en mi head-quarter suburbial”, escupe en El huevo y la gallina, para luego en el estribillo apuntar: “Si no hay que peinar, no peinamos”. O cuando acepta: “Y dormitar, con la cuchara que se cae y te despierta, para seguir” (Frío y barro, 2ª parte). Un lenguaje plagado de jerga para el que lo sepa entender. Y los colores de un arte de tapa que, por casualidad o deliberadamente, repiten los de una caja de clonazepam (?)

“No escribí Cazador de ateos para provocar al colectivo de defensores extremos de los animales”, posteo Andrés en su cuenta oficial de twitter a modo de aclaración, cuando el texto de ese rap lento y provocador dice, entre otras cosas, “Me río a carcajadas de la compasión con animales. Tienen razón la vida humana no vale ni un centavo”, avivando una vieja polémica por su militancia torera. Más el homenaje a su patria sustituta como España (Pánico en Benidorm).

En definitiva, AC clavó al ángulo y en tiempo de descuento de un año con la batería en rojo un álbum con destino de obra maestra, que marcha con certeza a convertirse en el mejor del año.

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