Sobre
fin de año el Salmón presentó “Volumen 11”, el disco más rockero de su carrera
solista, pero también muchos discos en uno solo. ¿Destino de obra maestra? Aquí
nuestro comentario.
NOVEDADES
Por Néstor Pousa
Cuando
2016 ya se despedía Andrés Calamaro
lanzó el que amenazaba ser el disco más rockero y valvular de su prolífica carrera solista. Pero a decir verdad es mucho más que eso, es varios discos en
uno, aunque su portada nos insinúe un equipo de guitarra vintage y el título
elegido, “Volumen 11”, nos remita sin
demasiadas vueltas a This is Spinal Tap,
el falso documental de Rob Reiner de 1984 que explora la carrera de una banda
de heavy metal.
El
disco realmente empieza rockero con Apocalipsis
en Malasaña, un inesperado trash
metal inspirado en el bar El Palentino de Madrid. Calamaro saca provecho de
los notables instrumentistas -una larga ficha técnica lo respalda- para
concebir un disco ecléctico y versátil que del rock duro puede pasar a un delta blues titulado El huevo y la gallina en el cual Andrés se
atribuye todo: autoría, voz, coros, guitarras y armónica.
Podría
decirse que este es un disco blusero si además anotamos Tan triste no es el blues y Hasta
el cielo, este con un guiño a Pappo; además de las versiones de Como el viento voy a ver
(Spinetta/Pescado Rabioso) y Blues de
Santa Fe (Pappo’s Blues). Pero no son esas las únicas versiones de clásicos
que eligió el Salmón para este álbum cumbre, y tan luego sorprende con Mareo, aquel bolerazo de Babasónicos. Entonces
también se dirá que es un disco de versiones que incluye, a modo de muestra de
lo que fue su gira acústica Licencia para Cantar, la tonada tradicional mexicana Que te vaya bonito.
Pero
un Andrés autentico nunca reniega de un hit, y ese lugar lo ocupa La noche, primer corte de difusión y
vídeo clip de Volumen 11. Uno de esos
hitazos de combustión instantánea gestado junto a Cachorro López en el rol de
productor artístico, amigo y estrecho colaborador del autor. Una sociedad que
es una usina de temas con destino de alta rotación, como el nombrado.
Pero
hay un hit que se las trae. Que camina lento pero seguro al olimpo de los
grandes clásicos del Rock en Castellano de todos los tiempos. Se llama Rock y juventud, una letra melancólica
sobre un loop de percusión hipnótico que
te envuelve lentamente. Casi un tango moderno y una de las joyas del álbum.
Volumen 11 es un disco inesperadamente
extenso para su época, que desnuda las obsesiones de su autor: la noche, la
soledad en estado adulto, la cultura rock, la juventud que languidece, los
amigos que se fueron primero. Un disco que por momentos aparece luminoso y en
otros oscuro y opresivo, como si se tratara de una secuela de El Salmón.
“Mi propio panorama
se presenta complicado, retirado en mi head-quarter suburbial”, escupe en El huevo y la gallina, para luego en el
estribillo apuntar: “Si no hay que peinar,
no peinamos”. O cuando acepta: “Y dormitar, con la cuchara que se cae y te
despierta, para seguir” (Frío y barro,
2ª parte). Un lenguaje plagado de jerga para el que lo sepa entender. Y los
colores de un arte de tapa que, por casualidad o deliberadamente, repiten los de
una caja de clonazepam (?)
“No
escribí Cazador de ateos para
provocar al colectivo de defensores extremos de los animales”, posteo Andrés en
su cuenta oficial de twitter a modo de
aclaración, cuando el texto de ese rap lento y provocador dice, entre otras
cosas, “Me río a carcajadas de la compasión con animales. Tienen razón la vida
humana no vale ni un centavo”, avivando una vieja polémica por su militancia
torera. Más el homenaje a su patria sustituta como España (Pánico en Benidorm).
En
definitiva, AC clavó al ángulo y en tiempo de descuento de un año
con la batería en rojo un álbum con destino de obra maestra, que marcha con
certeza a convertirse en el mejor del año.
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