Foto: Pedro Castillo / www.lavoz.com.ar |
RECITALES
Por Néstor Pousa
Hace tres décadas Fito Páez agitaba las disquerías y
nuestros sentidos con la aparición del que conceptualmente sea tal vez el disco
mejor logrado de toda su carrera. Giros
se titula la placa y fue la síntesis perfecta de un género que se venía
concibiendo, lo que alguien bautizó como música
contemporánea argentina, devenida de la sinergia entre el rock, el tango y
el folklore, en proporciones a gusto según cada caso. Giros comienza con el tema epónimo, una especie de tango moderno en
donde suena un bandoneón emulado que no es Troilo, ni Piazzolla, pero parece.
Hay un rock and roll hipertenso (Taquicardia);
un rock lento que se esfuma en aires latinos (Alguna vez voy a ser libre); y hasta una electro-baguala de
misterioso título (DLG). Nada es
descartable, ni de relleno en Giros,
allí conviven con alta autoestima Narciso
y Quasimodo, Cable a tierra y Decisiones apresuradas; y un par que son
“primas hermanas” (sic de Fito) de sus más grandes éxitos: 11 y 6 y -especialmente- Yo vengo a ofrecer mi corazón.
El recurso aniversario es
una opción más que válida para salir a la ruta y el rosarino aprovechó el
pretexto para traer a Córdoba la gira conmemorativa de los 30 años del referido
disco. Para ser más precisos treinta y uno, ya que la placa fue lanzada en 1985
y la presente gira comenzó el año pasado y se prolongó en la actualidad.
Páez con su actual
banda en el comienzo del show ofrecido el viernes pasado ante una Plaza de la Música absolutamente
colmada, repasó de principio a fin el programa de Giros con sus nueve pistas, poco más de 30 minutos de música, lo
que en la “antigüedad” permitía almacenar el vinilo, formato de la edición
original del que fuera el segundo disco de un Fito lanzado a máxima velocidad y
que lo confirmaba como la nueva cosa que había que escuchar en el firmamento
del rock argento. Un joven prodigio y letrista lúcido que alternaba sus primeros
trabajos solistas con colaboraciones para Charly García y duetos con Spinetta. Casi nada.
A las 21.45, sobre una
intro de Yira-Yira reproducida por
los altavoces, apareció Páez luciendo un saco mil rayitas y rigurosas gafas
para sol. Se despacharon con una precisa versión de Giros (la canción) y desde allí no pararon. Siguieron en estricto
orden, llegaron hasta 11 y 6 y Yo vengo a ofrecer mi corazón que
merecieron una trato preferencial de parte del autor-intérprete que se mostraba con un buen humor que no siempre lo acompaña y abundando en referencias sobre
su romance con Córdoba. En Decisiones
apresuradas se tomó el tiempo de explicar: “Esta es la canción de un general
que tomaba cocaína, tomaba mucho whisky y mandó a muchos soldaditos nuestros
a la guerra”. La aclaración era necesaria
teniendo en cuenta el asombroso bajo promedio de edad de la mayoría de los
asistentes.
Tras el último tema del
disco el repaso llegó a su fin y sin solución de continuidad dio lugar a la
segunda parte del show con Yo te amo
y una nueva dedicatoria para la Docta. La banda que destaca a Mariano Otero
(bajo y coros) y Carlos Vandera (guitarras y coros), sonó más ajustada y contundente
en un popurrí pensado para gustar y no fallar, con obbligatos como La rueda
mágica, A rodar mi vida y Mariposa Tecknicolor. Aunque hubo
rescates más profundos de un repertorio que se sabe extenso e irreprochable, plagado
de gemas poco frecuentadas como la épica Lejos
en Berlín y la muy rítmica A las
piedras de Belén. Esta última perteneciente al disco que sucedió a Giros: Ciudad de pobres corazones (¡atenti! el año que viene cumple 30
años).
¿Y qué del Fito animal
político? No hubo una bajada de línea expresa como hubiera podido esperarse. Sí
algunos guiños. Como el silencio seguido de gesto exagerado de duda, cuando
entonó: “No creas que perdió sentido
todo…” (en Cable a tierra). Todo
muy sutil por cierto. Páez no come vidrio, sabe que a los afectos de sus manifestaciones
políticas venir a esta ciudad es como pisar territorio comanche.-
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Ofrecer su corazón en La
Falda. El álbum “Giros”
editado durante 1985 tuvo su presentación oficial en La Falda al año siguiente
en el Festival del Siglo. Con los últimos rayos de sol de una cálida jornada de verano, Fito Páez fue el responsable de uno de los conciertos más
deslumbrantes de todo el ciclo. Era el viernes 10 de enero y Fito de apenas 22
años saltó al escenario seguido por una banda de jóvenes talentos: Tweety
González (teclados), Fabián Gallardo (guitarra y coros), Daniel Wirzt
(batería), Paul Dourge (bajo) y Fabiana Cantilo (coros y pareja de Páez). El
sonido de ese combo era tan orgánico como digital, hacía base en la potencia de
la batería del “Tuerto” Wirzt e
incorporaba teclados y sintetizadores explotados al máximo de sus
posibilidades. Tocaron las nuevas canciones 11
y 6 y Yo vengo a ofrecer mi corazón,
que ya tenían destino de clásicos; mientras la sangre rockera fluía en números
como Taquicardia o Narciso y Quasimodo. Los que fueron
testigos saben que lo entregado por Fito y sus músicos esa tarde-noche fue una performance inolvidable
que quedó en el cuadro de honor de los mejores momentos del legendario Festival de Rock de La Falda.
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