lunes, 28 de marzo de 2016

Divididos: la era de la lucidez

Foto: Flor Piai Fotografía
El power trío que lideran Ricardo Mollo y Diego Arnedo regresó a La Falda a 24 años de su debut en esta ciudad. Mollo también recordó la vez que Sumo no pudo tocar, la noche en que se derrumbó el festival.

RECITALES

Por Néstor Pousa 
cobertura especial

“Después de 26 años volvemos a La Falda”, fue el saludo de Ricardo Mollo a las más de tres mil personas no bien pisó el escenario. Aún con el margen de error (probablemente inducido) el dato consignaba que este no iba a ser un show más. Recalculando: Divididos tocó por primera vez en La Falda en el verano de 1992 (hace casi exactamente 24 años), fue para el último Festival de Rock que organizó Mario Luna, y se convirtieron en la consagración de esa edición con Acariciando lo áspero, su segundo disco. Lo que siguió después ya casi todos lo saben.
La noche del sábado 26 de marzo Ricardo entró cargando una mochilita en su espalda, como si el recorrido previo hubiera sido exclusivo hotel spa-combi-escenario, sin escalas en camarines, de la misma forma en que dos horas y veinte después abandonarían raudamente el lugar. No notas. No conferencia de prensa. Hermetismo total. Pero el show fue distendido, con un Mollo muy comunicativo que incluso haría referencia a 1987, el año del caos, la era de la boludez, misma ciudad, mismo festival, pero con otros organizadores. La vez que Sumo no pudo tocar por suspensión, la noche en que el festival se derrumbó. “Tenemos una asignatura pendiente”, lanzó, y era la noche ideal para resarcirse. Pero eso sería más adelante, primero vendría una seguidilla de temas con el carácter de este power trío con justicia apodado la aplanadora del rock. Una primera parte con: Elefantes en Europa, Libre el jabalí, Haciendo cosas raras, Tanto anteojo, Cabeza de maceta, El perro funk (un mash-up con el bolero Inolvidable), Salir a asustar y Sábado, que desataría el primer gran mosh de la noche. Resguardados por una escenografía deliberadamente austera (largos telones rojos, juego de luces, ausencia de pantalla de video, sonido óptimo), una medianera de equipos al palo y la batería ocupando el centro de la escena, el trío se embarcaría en el momento psico-stoner que tan bien le sienta, con notables interpretaciones de Senderos y Jujuy, ambos de Amapola del 66, su último disco hasta el momento, fechado en 2010.

Foto: Flor Piai Fotografía
Sin llegar al unplugged, pero con Mollo y Arnedo acomodados en sendas banquetas, habría un intermedio con Dame un limón, Brillo triste de un canchero y las esperadas baladas Spaghetti del rock y Par mil. Un respiro en atención a aquello que dice “no es poesía ver la carne transpirar” (Dame un limón), pero duraría lo que un suspiro porque enseguida y tras un solo de batería de Catriel Ciavarella establecerían que si no fueron ellos los que inventaron la fusión folklore-rock, son los que mejor la decodifican y su versión de El arriero (de Yupanqui) es el gran electro-himno de ese subgénero mestizo. Amapola del 66 (el tema) fue otro de los altos momentos de la noche, aunque la ausencia de La flor azul, tal como lo documentaron en el disco de estudio, lo deja trunco. A continuación el otro gran momento de la función, con Mollo repasando lo que había sucedido en aquella lejana y agitada jornada de 1987 (“No creo que ninguno de Uds. haya estado esa noche”, arriesgó) e invitando a su ex-compañero “Superman” Troglio a que ocupe la batería para una versión casi sin ensayo de Crua-Chan con la mitad de Sumo sobre el escenario. “Saldada casi la deuda”, se reconfortaba el guitarrista.

Foto: Flor Piai Fotografía
Si hay dos discos que certifican el alias de aplanadora del rock ellos son el precitado Acariciando lo áspero (1991) y La era de la boludez (1993), ambos concebidos con la participación de Federico Gil Solá, segundo baterista que alistó el trío. Y Divididos con Ciavarella (previo paso de Jorge Araujo) recuperó ese mismo toque animal. Por eso los nombrados son dos de los álbumes más revisitados en los vivos, con clásicos como Paraguay, Paisano de Hurlingham, Rasputín, Ala delta y El 38, con su intro de hi hat que arma el segundo pogo más grande del mundo, redondearon una larga lista de 26 canciones. La imagen final es Ricardo Mollo y su colección de guitarras vintage; es Catriel Ciavarella y su show aparte y es Diego Arnedo, un bajista por momentos imperturbable, despidiéndose con un enigmático “No se dejen engañar” sobre un acorde interminable de guitarra distorsionada.

lunes, 21 de marzo de 2016

Eminem en Lollapalooza 2016: Los reyes nunca mueren

INFORME ESPECIAL

Por Néstor Pousa

El rapero estadounidense Eminem fue la estrella central en la tercera edición del Lollapalooza Argentina, festival nacido en Chicago (EE.UU.) que está a punto de celebrar 25 años de existencia y con franquicias en: Alemania, Colombia, Brasil, Chile y Argentina. En nuestro país va por la tercera edición consecutiva desde 2014 a la fecha, siempre con sede en el imponente predio del Hipódromo de San Isidro en Buenos Aires.
Lollapalooza históricamente integra su cartelera con bandas y solistas de géneros musicales como rock alternativo, indie pop, rap, nü-metal, punk, house y dj’s sets, los que cuentan con un escenario exclusivo. Para la edición 2016, en su versión Argentina realizada los días viernes 18 y sábado 19 de marzo pasado, se destacaron los nombres del ex-Oasis Noel Gallagher, los australianos y exitosos Tame Impala, la inglesa Florence + The Machine, el californiano-argentino Albert Hammond Jr, los notables Alabama Shakes, los islandeses Of Monsters and Men (con una cantante físicamente muy parecida a Bjork), quienes compartieron cartel con los créditos argentinos: Babasónicos, IKV, Boom Boom Kid, Carajo y los cordobeses Eruca Sativa y Juan Ingaramo.
Pero el más esperado, sin dudas, era Marshall Bruce Mathers III, mejor conocido como Eminem, la estrella blanca del rap y hip hop mundial que llegaba aquí por primera vez en la historia, caso curioso para un artista como él, con tanto predicamento en el firmamento del pop ecuménico. La imponente convocatoria de 170.000 personas (cerca de 85.000 en cada una de las dos jornadas), seguramente las más importante en Argentina para un festival con entrada paga, daban cuenta de la extraordinaria expectativa que generaba la presencia del autor de Stan.

La performance de Eminem fue abrumadora, respaldado por una banda de músicos negros que suenan tremendos y secundado por su ladero de siempre, Mr Porter. La escenografía contextual estaba dominada por un telón de fondo representando un enorme radiograbador (de esos que portan los rappers urbanos) cuyos vúmetros y parlantes reaccionaban a las exclamaciones del público, y luego mutaba en una factoría siderúrgica (en alusión a Detroit, ciudad de la que es originario el músico), un cielo oscuro con tormenta eléctrica o una casa embrujada.
Eminem hizo su aparición puntualmente a las 22.00 enfundado en unas bermudas camufladas y riguroso buzo con capucha que ocultaba una gorra de combate. Al instante empatízó con la multitud que aguardaba su debut local a 20 años de la publicación de su primer disco. Rescatado de los problemas que afectaron su vida personal y de los cuales diera cuenta en sus canciones, se pudo observar a un artista compenetrado y a la altura de su leyenda pero con la capacidad de generar un insospechado feeling con sus seguidores, haciéndolos participar durante la hora y media que duró su show y con permanentes alusiones a “Aryentina”, mientras descerrajaba sus provocadoras rimas a una velocidad sin concesiones. La lista de temas dejó conforme hasta al fan más escéptico, que suponía que algunos números ya no los cantaría en los vivos. Alucinaron con una perfecta combinación de clásicos junto con sus nuevas producciones: Mosh (en el que alude a Bush), Kings never die, The way i am, Sing for the moment, Like toy soldiers, My name is, The real Slim Shady, Without me y la muy coreada Stan, hicieron de este un recital para guardarlo en la carpeta de eventos históricos. Si hasta aceptó posar para la típica selfie final con el público de fondo.

A favor: más que un festival musical. Lollapalooza es una experiencia que comienza al mediodía y se prolonga durante poco más de 12 horas. Propone varias actividades (charlas, clases, talleres y espacios de gastronomía típica y exótica) y cuenta con varios aspectos para destacar e imitar. Los rubros técnicos son de altísimo nivel, el sonido alcanza una calidad asombrosa, al igual que las luces y la parte visual de los escenarios. Los horarios de los shows, previamente publicados, se respetan con una precisión rigurosa. Los artistas de los Main Stage 1 y 2 (escenarios principales) nunca se superponen, lo que no obliga a tener que elegir o descartar entre uno u otro. El escenario Alternativo cuenta con las mismas características técnicas de los anteriores y aunque el predio es enorme no es necesario desplazarse demasiado para acceder allí. Hay 2 escenarios más: uno para las performances de DJ’s y otro con programación exclusiva para los más chicos. Por más que llovió copiosamente durante la madrugada del primer día, el terreno no se vio demasiado afectado y estaba en muy buenas condiciones. Tanto el público como cualquier otra persona que concurría a cumplir alguna función, todos son tratados por el personal de seguridad con total respeto y cortesía. La programación artística, como ya se observó, fue muy atractiva y en muchos casos permite descubrir en directo a las nuevas bandas del panorama internacional.

En contra: desconcentrarse o perecer. La salida una vez finalizado el recital puede llegar a ser un verdadero caos. Las miles de personas que intentan desconcentrarse se encuentran con la desagradable sorpresa que los trenes del Ferrocarril Mitre dejan de funcionar a la medianoche, que conseguir un taxi puede convertirse en una verdadera odisea y tomar un colectivo obliga a una fila interminable, con la desventaja para los que asistimos desde otras provincias que si no tenés la tarjeta SUBE, no subís. Si la opción es volverse en remis la lista de espera puede superar las 3 horas. En tanto que ir en vehículo particular, salvo que con la entrada hayas podido adquirir tu estacionamiento, también tiene sus bemoles. En definitiva, un aspecto sobre el que deberían trabajar en conjunto la productora local del evento y las autoridades del Partido de San Isidro.    

martes, 15 de marzo de 2016

Iron Maiden: santificado sea tu nombre

Dickinson acechado por Eddie
La banda británica que pilotea Bruce Dickinson ofreció por primera vez su monumental show en Córdoba. Fue ante unas 20.000 personas en un Estadio Kempes conmovido y estuvimos allí para contártelo.

RECITALES

Por Néstor Pousa 
Cobertura especial

En los días previos al arribo de la banda británica Iron Maiden, por primera vez en suelo cordobés, el principal protagonismo se lo llevaba el medio de transporte de los músicos, un gigantesco Boeing 747 capaz de transportar no sólo al personal de gira sino también el equipamiento técnico de la misma. Y otro dato: quien lo pilotea no es otro que Bruce Dickinson, líder y cantante de la banda. Pero la mole alada sufrió en tierra, en su escala trasandina, un accidente demasiado insólito para los niveles de control que debería tener, y dejó a todo el staff de Iron Maiden de a pie. Casi no hubo tiempo de sobresaltarse por la suerte que correría la fecha cordobesa porque rápidamente a través de su página oficial la banda ratificó que los conciertos de Córdoba (Estadio Kempes, 13 de marzo) y Buenos Aires (Estadio  de Velez Sarsfield, dos días después) no se cancelaban. El accidente desilusionó a los miles de fanáticos que ya estaban sacando cálculos de la posible hora de arribo de la aeronave para buscar la mejor ubicación de este lado del alambrado del Aeropuerto Ambrosio Taravella. En definitiva un dato de color, aunque justo es reconocer que la ficha técnica de la descomunal máquina identificada con el logo del grupo verdaderamente asombra.
Esto permitió poner en foco lo que realmente cuenta, que es la actuación por primera vez en Córdoba (definitivamente consolidada como la segunda plaza en importancia del país) de esta banda emblema del heavy metal a escala mundial. Iron Maiden con su larga historia a cuestas ya está en condiciones de disfrutar los beneficios que la industria del espectáculo les reserva a las leyendas, no obstante reniegan de esa cómoda posición y salen de gira con disco nuevo, el flamante The book of souls, motivo de esta gira. El nuevo disco no es una excusa para refritar sin culpas los viejos clásicos. Nada de eso. El estremecedor diseño del escenario dispuesto en el Kempes (orientado esta vez en sentido contrario al habitual) permitía adivinar las ruinas de una ciudad perdida, la antigua civilización maya representada por una iconografía al tono, con un fondo de tapices intercambiándose permanentemente tras cada canción. Desde el tema número uno y durante la primera mitad del concierto los estrenos gozan de una lugar de privilegio. Desde el inicio con If eternity should fail con un enigmático Dickinson desde lo alto de la gran ciudad imaginaria introduciéndonos en la historia al tiempo que producía la primer descarga de luces, fuego y sonido atronador. Antes las enormes pantallas de alta definición reprodujeron un paradójico clip de la Ed Force One (nombre del precitado avión) atascado en la frondosidad de una selva fantástica, rescatado y puesto en vuelo por una mano monstruosa. Una paradoja de lo que en realidad había sucedido.

La lista siguió con Speed of light, primer corte del nuevo disco, y tras un repaso por Children of the damned, continuaron los temas nuevos: Tears of a Clown y The Red and the Black. Hay que decir que el nuevo material suena muy convincente y es bien recibido por la multitud que hasta ya corea algunas letras, pero la expectativa en la primera visita de una gran banda a un lugar son los clásicos, y estos no faltaron. The Trooper, Powerslave y Death or Glory, fue la primera descarga de clásicos. Como es habitual en el primero de ellos, Dickinson luciendo una chaqueta de infantería hace flamear una gran bandera británica, y aunque los músicos se encargaron suficientemente de aclarar que no hay connotaciones políticas en ese acto, igual genera un sentimiento contradictorio en los incondicionales fans: algunos silban, al tiempo que otros contrarrestan coreando un  “Argentina, Argentina”.  
                                                                                                                                                
En The book of souls, la canción que titula el nuevo disco, el cantante se toma unos minutos para explicar (en inglés y sin apelar a un castellano por fonética) el concepto que encierran esos temas, una puesta en escena con un protagonista central, Bruce Dickinson, forzando su voz hasta límites sobre humanos y un desgaste aeróbico de similares dimensiones. Es en esta parte donde se trenza en lucha con una versión maya de Eddie, el omnipresente fetiche de la banda, hasta arrancarle el corazón, sumergirlo en una pócima en ebullición y ofrendarlo a la platea. Toda esa secuencia es épica y exacerba el concepto de ópera rock que tiene el concierto. El desempeño de la banda, heroicos sesentones o casi, también es notable. Adrián Smith y Dave Murray, dos guitarras líderes que se alternan en solos de alta precisión; la base descomunal de bajo y batería de Steve Harris (festejaba sus 60 en la ocasión) y Nicko McBrain; y Janick Gers, un guitarra rítmica con vocación de saltimbanqui. 
La segunda salva de clásicos no iba a dar respiro: Hallowed be thy name (transcripto al español como Santificado sea tu nombre), la tenebrosa Fear of the dark, la epónima Iron Maiden, The number of the beast, Wasted years, y una que no es un clásico pero rindió como tal: Blood brothers, vencieron la resistencia del más pintado. El caso de un grupo de robustos cincuentones, de rigurosa indumentaria negra y vaso de cerveza en mano, a los que vi flaquear su resistencia, tomarse la cabeza con los ojos en lágrimas cantando como en trance. Sobre el final Dickinson pagaría con un equívoco (luego se corregiría) el precio de tantos escenarios y ciudades que recorre la gira, cuando agradeció a: “Buenos Aires”. Desde el campo alguien no tardó en corregirlo al modo local: “¡Tamo en Córdoba, culiao!”.

Mini festival metálico. A las 6 de la tarde y con un clima templado dio comienzo la jornada con los cordobeses de Pésame quienes aprovecharon muy bien sus 20 minutos (3 temas) y los 5 metros cuadrados de escenario que les permitieron utilizar. The Raven Age, banda del hijo del bajista Steve Harris, llamado George Harris (casi homónimo de mi Beatle favorito) ofrecieron un contundente set de nü metal, prometen. Mientras que el número de semifondo, Anthrax, curtió su trash-metal sólo para entendidos.
Desde lejos no se ve. Desagradable sorpresa se llevaron los tenedores de las entradas más caras ($1380) cuando al llegar a su ubicación notaron que un enorme mangrullo de sonido les impedía la vista del escenario en forma completa, debiendo ser reubicadas 320 personas. “El plano que mandó el manager de Iron Maiden tenía dos mangrullos bajos, lo cambiaron y no avisaron”, se excusaron desde la producción local, y agregaron: “económicamente fue peor que con Dylan”.

Set list / Córdoba, domingo 13/03/16    
Intro: Doctor, Doctor (UFO)
01. If Eternity Should Fail
02. Speed of Light
03. Children of the Damned
04. Tears of a Clown
05. The Red and the Black
06. The Trooper
07. Powerslave
08. Death or Glory
09. The Book of Souls
10. Hallowed Be Thy Name
11. Fear of the Dark
12. Iron Maiden
Bises:
13. The Number of the Beast
14. Blood Brothers
15. Wasted Years
Finale: Always Look on the Bright Side of Life (Monty Python song)

Fotos: Iron Maiden - Official Web