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El cantautor
y poeta uruguayo presentó “Viva la patria”, su reciente disco, y entregó un
resumen de su repertorio en formato unipersonal. El público de Córdoba le
manifestó su devoción.
RECITALES
Por Néstor Pousa
Lo que pasa con Fernando Cabrera es que lo amás o lo
odiás, analizaba todavía conmovido un profundo conocedor de la obra del
uruguayo a la salida del recital del viernes 24 de abril en el Salón de Actos
del Pabellón Argentina de la Ciudad Universitaria, acogedor espacio donde tuvo
lugar el show.
Siempre que ocurre
con un artista esta ambivalencia, el odio en realidad se manifiesta con
indiferencia por desconocimiento; y el amor alcanza niveles devocionales. En el
caso de Cabrera no solamente consigue esa altísima adhesión con el público de
las dos orillas; sino que es permanentemente referenciado por sus propios
colegas, músicos de los más diversos estilos y escuelas que lo citan como un
referente ineludible y uno de los grandes baluartes, hasta no hace mucho tiempo
oculto, que tiene la canción rioplatense. Veamos sino. Hace algunos años empezó
a agigantarse su popularidad fuera de los límites de su Uruguay natal gracias a
Jorge Drexler, su compatriota fue el mejor jefe de prensa espontáneo que pudo
haber tenido por estas tierras y el que generó la intriga por saber de quién
estaba hablando.
Recientemente fue
invitado por Serrat a compartir su escenario en la gira por los 50 años de
trayectoria del catalán. “Fue una
sorpresa total, un día recibo un mail de él para invitarme a cantar una canción
y al principio pensé que se trataba de un bromista”, le revelaba Cabrera a
Lucas Fernández (Mamá Rock - Radio Nacional Córdoba) en entrevista realizada
horas antes de su concierto. “Muy generoso
me dijo: ‘que canción querés cantar conmigo’, que eligiera la que más me guste
de su repertorio, con la que me sienta más cómodo. Terminé eligiendo El
titiritero, canción que podría haber sido escrita hace 400 años atrás, o dentro
de 400 años y es lo mismo”. Fernando fue invitado a las seis presentaciones
uruguayas del creador de Mediterráneo.
Para Adstratos, flamante obra del
marcosjuarense Guillermo Di Pietro, el pianista contrató un estudio en Uruguay
para poner por primera vez algunas voces a sus versiones instrumentales. Uno de
los elegidos nuevamente fue Cabrera quien se hizo cargo del Tema de Pototo de Almendra. En ambos
casos, sea con Serrat o con Di Pietro, no se ajustó a la rutina del formato de
versión cover sino que hizo su propia relectura de esos dos verdaderos
clásicos.
A Córdoba venía con
la clara intención de apoyar la salida de Viva la patria -editado en 2013 en
Uruguay, pero de reciente lanzamiento en Argentina- del que se encargó de
aclarar que su título no era un brote de chauvinismo. La canción epónima es una
autobiografía elíptica y delirante, un relato que empieza desde el vientre de
su madre y a la vez traza una bella pintura de Ciudad Vieja en Montevideo.
La poesía mitad
rural, mitad urbana que tanto caracteriza su obra, obviamente está presente en Viva la patria, un disco que grabó con
banda completa pero que en Córdoba se materializó en un formato tan singular
como su creador. Una Fender Strato,
un Marshall y un cabezal Orange, un par de grandes monitores y el
infaltable atril con las letras no parecían las herramientas más aptas para
estar a tono con la intimidad de la penumbrosa sala. Sin embargo la enorme
personalidad de Cabrera hizo el milagro. Para quien se encuentra con él por
primera vez, deja la impresión de una disimulada timidez, pero nada podría ser
más desacertado. Cabrera es un nítido exponente de la clásica sobriedad
uruguaya, en la economía de palabras, en sus finos comentarios humorísticos que
invariablemente son festejados por sus fans, en el acento con tonos graves de
su voz. Así aparecen nuevas canciones como Buena
madera, luego de explicar que se la dedicó al único de sus hermanos que
desoyó el mandato paterno de consagrarse a la mecánica como profesión y estudió
carpintería y ebanistería. “Renace el árbol que tu alma toca”, dice en una
parte de la letra para reivindicarlo. Nunca dije te amo (“Nunca te dije te amo
ni te lo voy a decir, son palabras que cualquiera dice con certeza o sin”), Canelones y Caminos en flor, son otras de las que representaron a Viva la patria.
El programa del
recital se completó con un repaso de su amplia obra ante el absorto mutismo de
una sala que sólo era quebrado por los aplausos tras cada canción o algún
pedido a viva voz con la oscuridad como cómplice. Cabrera traía una lista más o
menos preestablecida de canciones que todos querían escuchar. Viveza, acompañado por la percusión de
una cajita de fósforos afinada con la mitad de su contenido, es una obra
maestra. En su mundo y a su modo, apenas roza las cuerdas de la guitarra eléctrica
y entona con voz trémula que cuesta clasificar y requiere un par de canciones
asimilar. Así como algunas líneas de sus líricas -ingeniosas, conmovedoras, por
momentos enigmáticas- se te graban a la primera escucha. Dice cosas como “Si
todos se ponen a pensar, la vida es más larga cada vez, te apuesto mi vida una
vez más, aquí no hay durante ni después” (La
casa de al lado); “Desconocí mi
documento, esa tarjeta de humo, con sólo uno de los dos” (Puerta de los dos); “Te
abrazó la noche, la oscuridad traga y no convida, quedé a la deriva” (Te abracé en la noche); “Hay quienes
intentan remontar un barco, hay quienes intentan sumergir mi voz” (Imposibles) y “Aquel que canta milonga
en tono mayor y anhelante, conoce que en la platea va el corazón adelante” (Dulzura distante). Después, la Chacarera de las piedras de Yupanqui se
presume como una devolución a la música argentina que de niño lo influyó. Esa
música, que en sentido amplio y latinoamericanista, tiene hoy a Fernando
Cabrera como uno de sus imprescindibles.-
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