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Foto gentileza: Quality Espacio |
El de 1985 fue un año crucial para la Argentina. En junio el
gobierno del Presidente Raúl Alfonsín intentaba estabilizar la economía y bajar
la inflación con la implementación del Plan Austral. Dos meses antes se ponía
en marcha el histórico juicio a los integrantes de las juntas militares de la
última dictadura, con el fin de consolidar la incipiente democracia conquistada
en las urnas un año y medio atrás.
Coincidiendo con estos acontecimientos económicos y
políticos, la banda de Miguel Mateos-Zas
lanzaba Rockas Vivas, un
emblemático disco grabado en vivo durante cinco funciones en el teatro Coliseo
de Buenos Aires. Rockas Vivas estaba
planteado como un resumen perfecto del material contenido en los tres
primeros discos de Zas: el debut homónimo
de 1982, Huevos de 1983 y Tengo que parar de 1984. Seguía la
lógica comercial impuesta por las discográficas de la época, que a tres discos
buenos en estudio debía sucederle uno en directo sobre ese material. Pero lo
que ocurriría con Rockas Vivas no tenía
precedentes porque potenció la carrera del grupo y de su líder Miguel Mateos de
una forma inusitada, convirtiéndose en el álbum de rock más vendido en
Argentina, por lo menos hasta 1992, año en que sería desplazado de ese sitial
de privilegio por El amor después del
amor de Fito Páez.
Pero mientras que el exitoso disco multiplatino del rosarino apelaba a letras que abordaban mayormente temáticas existenciales y personales de su autor, Mateos se convertía a través de sus líricas en un mordaz cronista de la época, con tal éxito que su legado sería venerado en su tiempo, tanto como perpetuado en las décadas siguientes, hasta convertirse en un clásico indiscutido. Aunque como corresponde a todo exponente exitoso de la música popular, con un costado polémico debido a su búsqueda estética, su altísimo perfil y sus modos grandilocuentes. Por todo, Miguel Mateos, a la sazón un solista acompañado por su propia banda, fue una rara avis dentro del panorama del Rock Nacional de la década del 80.
Exactamente cuarenta años después Mateos se encuentra embarcado
en una gira nacional e internacional celebratoria de aquel disco que es también
una Retrospectiva 1981-1985, un
lustro soñado por cualquier artista. El pasado viernes 5 de julio fue el turno
de Córdoba ciudad en la sala Quality
Arena. Con unos pocos rezagados todavía ingresando empezaba a sonar la
intro de Va por vos, para vos. Aquel
primer hit inmediato que inauguró la exitosa carrera de Zas es una trompada a la mandíbula que cuatro décadas después
despierta las mismas reacciones en un auditorio colmado. Nadie conoce el
secreto, si es el sonido de los sintetizadores, la melodía, la letra o la
cadencia de su groove, pero no hay quien se resista a esa canción. Con Perdiendo el control, la que abre Rockas Vivas, parecía que la noche no
iba a dar respiro, ya con todo el público acomodado pero inquieto. Algunas
sorpresas nos esperaban como el medley
de Mujer sin ley/The power of love, este último un hit contemporáneo perteneciente a
Huey Lewis and The News; lo mismo que ocurriría promediando el show con Everybody wants to rule the world (Tears
for fears) otro gran clásico de la época que fue “mixado” con Tómame mientras puedas.
Con la nostalgia como aliada, Mateos recupera en estos
conciertos canciones menos conocidas y lados B que no tuvieron la gracia de
quedar entre las nueve que contiene Rockas
Vivas. “Cómo pude ser tan tarado de
no incluir esta canción”, se lamenta luego de tocar Tengo que parar. Lo mismo ocurre con Luces en el mar y Ana, la
dulce, que lejos de disgustar tampoco avivan el éxtasis de los clásicos que
habitan en el ADN de estos “hijos del rock and roll” que hoy tienen más de 50 y
son multitud en la amplísima sala. Aparece entonces una meseta reflexiva con baladas
que nos harán recuperar fuerzas para la aceleración final. Con la lista de 1985
casi calcada, Mateos avisa: “¡Esto no
para!”, y se suceden: Un poco de
satisfacción, Extra, Extra, Un gato en la ciudad, En la cocina (huevos), Tirá para arriba; y una única concesión
a los años 90 con su primer hit solista, Obsesión,
como único bis de la noche.
Miguel Mateos sabe muy bien quién es y lo que representa en el Rock Nacional. Aquel joven un tanto iracundo que arremetía contra todo y que en tiempos de dictadura y posguerra de Malvinas reclamaba “querer votar dos presidentes y un país muy diferente”, hoy ha madurado y la realidad (como a todos) le cumplió los deseos a medias. Ya no parece encarnar la imagen rebelde de un Bruce Springsteen, hoy luce como nuestro Bryan Adams ¡Pero sigue siendo El Jefe!
Pero mientras que el exitoso disco multiplatino del rosarino apelaba a letras que abordaban mayormente temáticas existenciales y personales de su autor, Mateos se convertía a través de sus líricas en un mordaz cronista de la época, con tal éxito que su legado sería venerado en su tiempo, tanto como perpetuado en las décadas siguientes, hasta convertirse en un clásico indiscutido. Aunque como corresponde a todo exponente exitoso de la música popular, con un costado polémico debido a su búsqueda estética, su altísimo perfil y sus modos grandilocuentes. Por todo, Miguel Mateos, a la sazón un solista acompañado por su propia banda, fue una rara avis dentro del panorama del Rock Nacional de la década del 80.
Miguel Mateos sabe muy bien quién es y lo que representa en el Rock Nacional. Aquel joven un tanto iracundo que arremetía contra todo y que en tiempos de dictadura y posguerra de Malvinas reclamaba “querer votar dos presidentes y un país muy diferente”, hoy ha madurado y la realidad (como a todos) le cumplió los deseos a medias. Ya no parece encarnar la imagen rebelde de un Bruce Springsteen, hoy luce como nuestro Bryan Adams ¡Pero sigue siendo El Jefe!
La banda que acompaña a Mateos está integrada por un miembro histórico como su hermano Alejandro Mateos (batería); Ariel Pozzo (guitarra); su hijo Juan Mateos (guitarra); Carlos Giardina (bajo); Leonardo Bernstein (teclados); y una sección vientos a cargo de: Santiago Benítez, Alejo Von der Pahlen, Ervin Stutz y Alejandro Martin.
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