José Luis Serrano,
encarnando a su entrañable personaje, trajo a La Falda una nueva saga sobre la
vida de la picara abuela serrana. El Dr. Carlos Presman es su desopilante
partenaire en este nuevo espectáculo.
TEATRO EN LA FALDA
Por Néstor
Pousa
Durante el saludo final que los actores realizan cada vez que finaliza
una obra de teatro, José Luis Serrano, ya sin la “máscara”, de pie ante
el público agradece y repasa con buena memoria que hace 34 años que viene con
su Doña Jovita a La Falda, “En la época de Los Busso”, detalla. Corrían mejores
tiempos para el teatro y para el arte en general. Las obras tenían su parada
ineludible en el Cine Teatro Gran Rex, propiedad de la familia que citó
Serrano, quienes gerenciaban esa sala de características insuperables para la
zona, que estuvo activa hasta hace unos diez años, momento en que ocurrió su
desguace definitivo.
También eran tiempos de las primeras radios de FM locales, en donde
entrevistábamos a las figuras que venían a hacer temporada o escala de sus
giras estivales, y Doña Jovita ya era un personaje muy popular.
La realidad nos devuelve al 2020 y el espacio que hoy recibe a las
compañías que hacen temporada en el valle es el Teatro Edén, una nueva
construcción emplazada en el parque del mítico monumento histórico. Una sala funcional
para 400 personas que el 22 de enero pasado recibió a Doña Jovita y el Dr.
Presman, presentando: Entre la
peperina y el clonazepam, simbólico título que remite al choque de dos
culturas contradictorias, tan alejadas y a la vez complementarias. Los químicos
de la industria farmacéutica o el fruto de la pachamama, esa es la cuestión aún
no resuelta por la ciencia. Esa virtual colisión en manos de Doña Jovita, el
entrañable personaje diseñado por el notable actor cordobés José Luis Serrano,
es reaseguro de una hora cuarenta minutos de carcajadas que también te dejarán un
saldo para seguir pensando.
Fundado sobre un guion de alta factura, de los que no abundan en los
espectáculos de verano, Serrano (o Jovita) dispara con certeza sobre tópicos
trascendentes, que van desde
el pecado original, la religión, la política hasta su relación con las redes
sociales y la medicina en la tercera edad. Entre muchos otros temas de
actualidad.
En este punto habría que decir que el autor podría abusar de la impronta
que su pícara viejita serrana impuso en el público y recurrir únicamente a sus
tics sin un buen libreto, con eso solo podría armar un entretenimiento
pasatista en complicidad con el buen ánimo que impera en vacaciones. Pero la
vara siempre estuvo muy alta en los libretos, y los que propone en esta nueva
entrega cumplen con creces con esa pretensión.
En tanto el Dr. Carlos Presman cumple con creces su rol de partenaire. No
actor, pero sí médico de profesión, deja en manos de su ocasional paciente los
remates hilarantes de cada situación, pero se revela desde una seriedad que impone
su profesión, como muy hábil entregando cada pie. Es desopilante el desarrollo
de la primera parte en donde Doña Jovita confunde al galeno con un sacerdote, y
este que formalmente se dirige hacia ella como “María Jova”, en rigor, su
nombre de pila de donde se desprende el famoso diminutivo.
Sabido es que el secreto del éxito del personaje se basa fundamentalmente
en el contraste de una mujer octogenaria (tal vez, ya que se resiste a decir su
edad) nacida y criada en Traslasierra, enfrentada a los dislates de la vida
moderna, sumado a la asombrosa capacidad de adaptación de la abuela. En este
caso lo más brillante de los textos se lo lleva su relación con las redes
sociales y con la medicina alópata.
José Luis Serrano ofrendó toda su carrera profesional a formatear y
actualizar este personaje, pero sin dudas que atrás de las ropas de Jovita se
esconde un actor de notables condiciones, capaz de improvisar (morcillear, en
la jerga actoral) introduciendo bocadillos relativos a cada ciudad que visita. No
es spoilear si les cuento el mejor
chiste local: ocurrió cuando Jovita se encuentra con Presman y este para
convencerla que no es un sacerdote católico le aclara sobre su ascendencia
judía, a lo que la viejita sorprendida exclama: “¿Judío… y qué hace en el Eden
Hotel entonces?”. La sala explotó en una sola carcajada.