Gillan & Morse en acción (*) |
La célebre banda inglesa pisó por tercera vez suelo cordobés. El Orfeo Superdomo fue la locación elegida para este show que tenía que hacer olvidar la fallida performance en Cosquín Rock ‘09.
RECITALES
Por Néstor Pousa © 2011
Cuando Deep Purple llegó por primera vez a Córdoba -en diciembre de 2006- fue un hecho extraordinario que pensamos no volvería a repetirse. Pero en el verano del 2009, el Festival Cosquín Rock -por entonces en la comuna de San Rocke- los tenía como uno de los números internacionales y favoritos en su cartelera. Lamentablemente esta fue una actuación fallida a causa de los problemas de salud que tenían a mal traer las condiciones vocales de Ian Gillan. Y Purple con un Gillan en una gamba, no es Purple. Resultado: todos nos volvimos decepcionados esa noche de la comuna.
Por eso esta nueva aparición en los escenarios cordobeses de la banda que es una de las fundadoras del estilo pesado y duro del rock, tenía que hacer olvidar aquella falsa performance, había que poner las cosas en su lugar, y eso fue lo que ocurrió.
La presentación del martes 18 de octubre en el Orfeo Superdomo fue definitivamente superior a la de febrero de 2009, porque mostró a un Ian Gillan con su garganta en mejores condiciones para afrontar un repertorio que es muy exigente, aún para él mismo. Canciones que cuando fueron concebidas, jamás proyectaron que las iban a tener que seguir tocando a los 66 años (edad actual de Gillan), y que cada actuación iba a ser una exigente maratón.
Esta vez el cantante y líder pasó la prueba, a pesar que en algunos pasajes parecía no llegar a aquellos increíbles falsetes de otros tiempos.
En cuanto al resto, resulta difícil no extrañar la Stratocaster de Ritchie Blackmore; o al inefable Jon Lord atrás del Hammond, porque fueron ellos los que delinearon la marca registrada de su sonido. Pero estos ya no están y Deep Purple logró sobreponerse a esas bajas y siguió su camino como casi ninguna otra banda de rock and roll lo pudo hacer.
El repertorio, eso sí, es impecable. No hay objeciones, salvo que uno sea muy exigente y reclame números como Child in time, el que hace mucho tiempo que Gillan ya no canta en vivo. El lugar de ese colosal lento lo ocupa When a man blind cries. Hay otras canciones, como Burn o Stormbringer, que indefectiblemente se negará a entonar porque fueron grabadas por David Coverdale, el cantante que sustituyó a Gillan cuando este se alejó de la banda; y se sabe que los celos y peleas entre estos célebres músicos ingleses siempre estuvieron a la orden del día.
El único que tiene asistencia perfecta en 43 años de carrera es Ian Paice. Al baterista, y miembro fundador, es un placer verlo en vivo, por su increíble precisión y resistencia para tocar durante dos horas completas sin parar. En sus parches y en el monolítico bajista que es Roger Glover, se sustenta el clásico sonido púrpura.
A Steve Morse y a Don Airey les toca lo más difícil, ellos son los reemplazos de Blackmore y Lord, y la verdad es que por condiciones están a la altura de la responsabilidad que les toca. Tal vez por eso son presentados con especial énfasis cuando abordan sus partes solistas: Morse con sus propios temas instrumentales (Contact lost y The well dressed guitar); y “The incredible Don Airey” (sic Gillan) en una especie de suite que incluyó momentos de Piazzolla interpretados con solvencia.
La lista de temas no descuidó casi ninguna época. El comienzo fue demoledor y sin respiro con un doble tándem de Highway Star; Hard lovin’ man, Maybe I’m a leo (uno de esos riff implacables) y Strange kind of woman.
Viaje al más acá para presentar lo más moderno del repertorio, el tema que titula la placa Rapture of the Deep, una melodía orientalista que defiende el prestigio de la banda en el nuevo milenio.
Durante toda la noche Gillan entrará una y otra vez a tomar aire a su mini bunker camuflado atrás de la batería de Paice, y volverá a la carga con Knocking at your back door; y luego tras la intro fantasmagórica de los sintetizadores de Airey, con una gran versión de Lazy en donde desenfundará su armónica por única vez.
En los directos de Purple jamás faltaran los contrapuntos entre guitarra y órgano; y entre la voz y la guitarra; ni los fraseos de conocidas melodías que uno jugara apuradamente a adivinar de cual se trata, hasta que te quedas sin tiempo porque ya se viene otro set tan arrollador como el del comienzo, con Perfect Strangers, Space truckin’ y el riff más famoso del mundo: Smoke on the water, del que no hace falta agregar nada más.
Había que ver las caras de los fans, había que ver sus pintas. De lo más variado de la fauna vernácula recitalera, porque una banda como Deep Purple atraviesa generaciones. Pero faltaba algo, cumplir con la liturgia de todo concierto de rock, el cual debe tener, sí o sí, bises. Fueron dos: Hush (uno de los temas que menos se parecen a Purple) y por fin Black night, extraña paradoja para una noche que, por el contrario, se había iluminado con el mejor rock de todos los tiempos.-
(*) Foto: Sergio Cejas (http://www.lavoz.com.ar/)
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