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Andrés Calamaro presentó en Córdoba “Cargar
la suerte”, en el Orfeo y ante un imponente marco de público. En medio del show recordó su primer gira por Córdoba y su paso por el Festival de La Falda.
EN CONCIERTO
Por Néstor Pousa
El show que presentó el sábado pasado, 19 de octubre por la noche, Andrés Calamaro en el Orfeo Superdomo, paso por estados de ánimo visiblemente diferenciados. Con extremada puntualidad los músicos se ubicaron en el escenario cuando las agujas marcaban las 21.30. Una seña de Andrés (de ambo oscuro, camisa estampada y vincha) fue la orden para que Martín Bruhn, baterista cordobés que integra la banda en gira, arremetiera con los golpes de Alta suciedad. Grandiosa apertura, para el grandioso espectáculo que prometía ser la presentación en Córdoba de Cargar la suerte, ante un imponente Orfeo poblado, según cifras oficiales, por 6000 mil espectadores.
Seguirían con Verdades afiladas, el primer corte de ese disco publicado en 2018, ganador
del Premio Gardel al mejor artista
masculino de rock y con 4 nominaciones para los Grammy Latinos 2019. La lista
del concierto iría descubriendo estrenos en vivo de esta flamante obra, intercalados
con hits de un repertorio inabarcable que ostenta el ex Abuelos de la Nada,
hoy convertido en uno de los solistas más importantes y requeridos del rock en
español. De hecho la intensa gira que viene desarrollando por Sudamérica es el
segundo tramo de un periplo que se inauguró por las más importantes plazas de
España, país donde es tan adorado como aquí. Sin embargo como todo ídolo
popular también estimula a sus detractores, esos que critican algunas de sus
letras como de poco profundas y con destino de rotación radial. Nadie puede
renegar de un éxito comercial y no sólo de mensajes profundos está hecho el
rock. Pero cierto es que Andrés es un gran rimador, que a veces exagera de
obvio, aunque siempre ingenioso, que también puede desempolvar canciones como Clonazepan y circo, la tercera de esa
noche, que encendió tanto los corazones como los flashes de los celulares. Todavía
guarecido atrás de un set de piano y teclado, únicos instrumentos que toca en
esta gira, Andrés se mantenía poco comunicativo entre una canción y otra,
incluso luego de interpretar A los ojos,
uno de los clásicos de Los Rodriguez que repasó.
Su seriedad tenía un motivo, a pesar que
las pantallas habían advertido de la prohibición de filmar el show en
cualquiera de sus variantes, la gente hizo caso omiso de tal reserva y
desenfundó sus celulares desde el primer acto. El descontento se hizo notar con
la frase: “¡Arriba las manos esto es un
teléfono!”, que con una sonrisa nerviosa intentaba ocultar su mal humor. “Tenemos potentes luces aquí, no necesitan
usar los flashes (…) por eso yo dejó mi teléfono en el hotel”, completó. Más
tarde en las redes sociales en las que AC se mantiene siempre hiperactivo y
polémico con sus fans, aclararía el asunto: “Queremos tocar muy concentrados y
los flashes nos distraen”.
Foto: GAMBA.FM |
Superada el momento tenso de esa primera
parte, que se agravó por algunos desajustes de un sonido que no estuvo del todo
brillante y fueron corrigiendo con el correr de la noche, todo empezó a
encarrilarse. Un asistente le alcanzó
desde un lateral del escenario un mate y un termo, eso pareció relajarlo y los
ánimos se distendieron. Cebándose unos mates sentado en la base de la batería
apareció un Calamaro más comunicativo, contando anécdotas propias de una
biografía no-autorizada que el público obviamente celebró. Ahora inquieto y
moviéndose a placer por todo el escenario, relató historias como la de su
primera gira por Córdoba, a sus 15 años (“¡Volvimos a Retiro en un tren que
paró en 150 estaciones!”), y dedicó un párrafo especial para el Festival de
Rock de La Falda: “La Falda era un festival sine qua non”, sentenció (…) “con Los Abuelos nos fue mal porque
veníamos con toda la onda de Ibiza”.
Historias más, historias menos, el show continuó
con su ajustada fórmula de clásicos y nuevos temas que conviven a la perfección
con aquellos, respaldados por una banda que se completa con Germán Wiedemer en
teclados, Julián Kanevsky en guitarra, Mariano Domínguez en bajo, además del ya
mencionado Martín Bruhn en batería. “Canciones de rock con guitarra eléctrica”,
las define su autor, y así Transito lento
sucedió a Algún lugar encontraré; Cuarteles de invierno y Diego Armando Canciones a La oportunidades; Falso LV a All you need is
pop (dedicado a Iggy Pop); My mafia
a Tuyo siempre, y un sprint final con Cuando no estás, Esa estrella
era mi lujo (versión al piano del tema de Los Redondos), Los aviones, El salmón, Estadio Azteca
y Los Chicos, esta última, una
canción entrañable para AC en donde rinde tributo a una larga lista de amigos y
colegas que se fueron primero, a la que acaba de sumarle una nueva estrella
amarilla a la liturgia, la de Cacho Castaña.
Quien quiera conocer de primera mano y
por propios comentarios de AC, sobre el pre y el post show de cada fecha, no
tendrá más que unirse a alguna de sus redes sociales (en twitter:
@bradpittbull666), allí el cantante no solo ofrece pormenores internos de la
gira, sobre las ciudades que recorre, las salas donde se presentan, los
públicos, las habitaciones de hoteles, sino también están las polémicas, su
férrea e histórica militancia por la tauromaquia y, más reciente, su defensa
del regreso de “Soda sin Gustavo”, y tópicos de actualidad política. Todo está
allí. Incluso los avatares de una gira interminable, inédita por tratarse de un
músico de rock argentino, el único del rubro que se le animó en este crítico
2019 al enorme Orfeo, una de las arenas más importantes del país. Tanto trajín
hace sentir sus efectos en la humanidad del artista quien no encuentra reparos
para reconocerlo. Es el rock (y el amor) en tiempos de ibuprofeno.