Foto gentileza: Simon Templar - Tridente |
RECITALES
Por Néstor Pousa
Llegar temprano al estadio fue encontrarse con la sorpresa de una larguísima fila de gente que desde bastante antes esperaba
por ingresar, torciendo esa habitual costumbre que tenemos de llegar sobre la
hora. Primer dato que confirmaba la ansiedad y la expectativa que había
generado la visita de Paul McCartney
en Córdoba por primera vez. De hecho hacía dos meses que en cuestiones de
espectáculo no se hablaba de otra cosa. El frío y la llovizna de los días
previos habían dado un respiro, así, el ingreso de las (¿40.000?) personas, en
una franja etaria que va desde los 12 a los 70 y pico, fue ágil y tranquilo.
Faltaban poco más de 3 horas para el inicio mientras las gradas y campo se
llenaban lentamente. Asomó el dúo Las
Rositas a ofrecer su acto soporte de electro-tango y sugerentes baladas en
inglés. Faltaba menos. Aplacó la espera un dj set con versiones de Los Beatles
a alto volumen y mejor sonido que el dúo de ninfas. Buen detalle, porque el
plantón se hizo menos denso. Luego un extenso videoclip, collage caleidoscópico sobre la vida del protagonista, reproducido por las enormes pantallas
y acompañado por grabaciones enganchadas (obvio, también de Los Beatles) fue el
prólogo para la aparición de Paul y su banda sobre el escenario. Las agujas señalaban
las 19.35 y la espera había llegado a su fin, ya ningún capricho del destino
podría interponerse entre los fanáticos cordobeses y el tipo que junto a John,
George y Ringo inventó casi todo lo que sabemos de rock. El inconfundible acorde que anticipa A hard days night, primer tema de la
lista y primera vez que lo toca en vivo como solista, desató la beatlemanía a
la cordobesa que el propio Paul certificó saludando al modo local con un
sorpresivo “¡Hola culeados!”. Sobre la polémica que provocó este hecho
anecdótico no me voy a extender, ya que a partir de ahí seguirían dos horas y
media del show más increíble que pasó por este suelo mediterráneo. Increíble,
de no poder creer, que un artista con semejante leyenda sobre sus espaldas se dirija
de una manera tan campechana hacia su audiencia. No sé si el término para
definirlo es humildad, pero el zurdo bajista dio una lección para bajarle el
copete a más de un aprendiz de estrella de rock. Esforzándose por comunicarse
ya sea en inglés o en su spanish macheteado,
bromeando permanentemente, fingiendo diálogos con los de las primeras filas, introduciéndonos
a cada una de las canciones con algún dato y, sin solución de continuidad, pasar
del célebre bajo Hofner violín (¡impresionante
como suena en sus manos!), a la guitarra eléctrica, al gran piano Yamaha, a la
acústica o al piano vertical multicolor. Paul sigue siendo el mismo pendejo que
a los 20 conquistó América. Canchero, enfundado en unos jeans y de impecable chaqueta
azul cuello mao, evocación de épocas early
beatles. Chaqueta que pronto abandonaría para quedarse en camisa mientras nosotros
subíamos los cierres de nuestras camperas hasta la nariz. Pido un favor: ya obviemos
mencionar su edad cronológica, esta no condice con la energía que su cuerpo
prodiga.
Foto gentileza: Simon Templar - Tridente |
Respaldado
por una banda con carácter rockero, eficiente y versátil, un cuarteto que integran:
Rusty Anderson en primera guitarra; Paul “Wix” Wickens en teclados y todo otro
instrumento que sea necesario reproducir o ejecutar; Brian Ray en segunda
guitarra y bajo cuando hace falta reemplazar al jefe y el expresivo Abe Laboriel
Jr. en batería y percusión, repasan las inmortales Can’t buy me love, The fool
on the hill, Lady Madonna, Eleanor Rigby, y del modelo solista: la
inusual Temporary secretary y las actuales
Queenie eye y New.
Con la banda que lo secunda
desde hace algo más de una década se reagrupa en un espacio reducido del
imponente escenario para un momento semi-acústico en donde destellan We can work it, You won’t see me y And I love
her, y entre ellas In spite of all
the danger de Los Quarrymen, la proto-banda
formada por unos bisoños beatles aún sin Ringo en la batería. Esta verdadera
reliquia compuesta por McCartney-Harrison que nos remite directamente al sonido
de fines de los 50’s convive sin conflictos con FourFiveSeconds, la más moderna de la lista que en su original Paul
interpreta junto a Rihanna y Kanye West.
Promediando el show Paul
solo ante la multitud y con la acústica entona su clásica Blackbird y Here today (“Esta
canción la escribí para mi amigo John”). No serían las únicas dedicatorias, las
hubo para su actual mujer Nancy Shevell (My
Valentine) y para Linda Eastman, su primera esposa (la conmovedora Maybe I’m amazed). Por obvias razones ¿la
cazafortunas? Heather Mills quedó fuera de la lista de honores. Pero no George Harrison,
a él le dedicaría su propio tema Something
en ukelele version + banda eléctrica, en otro de los momentos
sobresalientes del show.
Foto gentileza: Simon Templar - Tridente |
Sobre la recta final el
gran performer no decae, todo lo contrario, hay que sobreponerse para asimilar
rockanroles como Back in the URSS, y
un par de baladas que no iban a faltar, Let
it be y Hey Jude, con su coro
multiplicado por miles de gargantas marcando el aparente fin del concierto.
El frío apretaba un poco y
Paul regresa luciendo una camperita con su propia imagen en la espalda. Al menú
le faltaba un himno como Yesterday y
son los bises los que corrigen la omisión. Simula irse, pero con una nueva
morisqueta vuelve para rockear uniendo a Los Beatles (Birthday) con Wings (Hi hi hi).
La verdadera despedida es con Golden
Slumbers, Carry that weight y The End,
el medley que cierra Abbey Road.
Detesto incluir en las
reseñas referencias demasiado personales y mucho menos enfoques melodramáticos,
pero honestamente debo confesar que este fue un show que me tuvo al borde de la lágrima buena parte del tiempo, lo
viví como un fan antes que como cronista, tanto que me llevó un par de días
“bajar” para escribir estas líneas. Sé que fue un privilegio.
Lugar: Estadio Mario Alberto Kempes
Fecha: 15-mayo-2016
Asistencia: 40.000 personas
Lugar: Estadio Mario Alberto Kempes
Fecha: 15-mayo-2016
Asistencia: 40.000 personas