jueves, 20 de junio de 2013

Claudia Puyó: himnos de su corazón

La Puyó en acción
Canciones bluseadas” es el unipersonal acústico que presentó en El Pungo de La Cumbre. Ella asegura que la música siempre es un exorcismo. Bonus track: adelanto de una entrevista picante y sin concesiones.

RECITALES

Por Néstor Pousa

El día 15 de junio de 2013 será tristemente inolvidable por todos los hinchas del Club Atlético Independiente de Avellaneda. Ese día, luego de 108 años de una historia de primera, el club sellaba su descenso a la “B” Nacional y así los Diablos Rojos de todo el país comenzábamos a conocer un “infierno” que no nos era para nada familiar.
“Tocar siempre es un exorcismo, para el que te escucha y para vos. Te abstraes por un rato de la realidad. Y, sobre todo, salís de tu cabeza”, la frase pertenece a Claudia Puyó que esa misma noche se presentaba en el bar El Pungo de La Cumbre. ¿Qué mejor entonces? pensé, y para allá me fui.
La Puyó es una de las mejores intérpretes femeninas del blues en Argentina, que luego de algunos viajes al exterior comenzó su carrera en el país haciendo coros para Pedro y Pablo, Alejandro Lerner, Miguel Cantilo & Punch. Podría asegurarse que su popularidad empezó gracias a sus participaciones en el Festival BA Rock de 1982 y los Festivales de Rock de La Falda de 1983, ‘84 y ’86, donde se destacó como una cantante de voz excepcional y gran personalidad. Su producción registra numerosas colaboraciones para otros músicos, cuatro interesantes discos solistas y cuando en junio del año próximo cumpla 55 años de edad, serán 40 de la primera vez que se subió a un escenario. El último dato no es una infidencia, ya que fue aportado por la propia protagonista.
Aunque casi siempre toca con una banda, el show del sábado a la noche fue unipersonal y acústico, acompañada de su inseparable guitarrón Ovation modelo sunburst de casi toda la vida. El piano a su lado sería un testigo mudo y Claudia se lamentaría de no haber conseguido el pedal de sustain imprescindible para tocarlo.
Canciones bluseadas es el nombre del show, una obviedad absoluta porque ella todo lo que toca lo transforma en blues, y elige “clásicos del rock”, como se verá cuando repasemos la lista, pero cantados en su personal estilo y con la fibra típica de una mina del oeste de Buenos Aires capaz de coparle, sola, la parada a cualquiera arriba de un escenario.  
El comienzo fue con una versión oscura de Natural de Tanguito, a quien llamó Tango Feroz, en alusión a la película. Uno de los autores más homenajeados sería Spinetta, se escucharon: Los libros de la buena memoria, Despiértate nena y Que ves el cielo, de distintas épocas de Luis Alberto.  “En mí hay millones de canciones, por ejemplo esta de Jimi Hendrix”, avisa antes de mandarse con Little wind (Pequeña ala) y acota: “Estaba bueno el negro, no?”.
Una rareza fue El regreso de Mao, una temprana canción que Los Redondos que nunca grabaron por no pertenecer a la dupla Beilinson-Solari, sino a Tito Fargo, uno de los primeros guitarristas de la popular banda.  
Después de anunciar que prefería tocar cosas inéditas siguió con Nahuel, compuesta junto a Aníbal Forcada (músico de León Gieco); y luego La guitarra no, una colaboración con Alejandro Medina (exManal), en donde le canta a su incondicional amor por la guitarra: “Llevate el piano, pero la guitarra no, no te la lleves, con ella puedo inventar amores, que no me abandonen, ni me den bajones”.   
A veces en los bares sucede que los de la mesa de al lado se olvidan que hay un show en curso, entonces se sacan fotos, hablan hasta por los codos y aún más fuerte que el propio músico; para ellos hubo furibundas miradas de parte de la Puyó y alguna puteada (que no sé si registraron) durante Mañana en el abasto de Sumo, una de las más sentidas interpretaciones de la noche.
Hubo pedidos del público, algunos concedidos y otros no. De Noche de perros de Seru Giran  solamente la intro con la guitarra, “Otra vez, con el piano, lo hago”, prometió. Cuando le pidieron Beatles improvisó Revolution en un inglés medio sanateado. La que sí concedió fue Haydee, una canción propia que encierra una pesada historia, una historia mucho más trágica, les puedo asegurar, que cualquier fracaso deportivo. 
Para el cierre llegó el único canto colectivo de la noche para evocar a Miguel Abuelo y el Himno de mi corazón de los Abuelos de la Nada. En realidad todas las canciones habían sido justamente eso: himnos de su corazón.-

En La Falda como Janis Joplin. “Como no me voy a acordar del Festival de La Falda, ¡estoy medicada boludo, si no me acuerdo!”, me dice, al tiempo que lanza una carcajada. Y sigue: “No me acuerdo de lo que comí ayer, ponele, porque es la memoria inmediata la que uno pierde, pero la memoria real de las cosas que pasaron de verdad, no podés perderla. El recuerdo de mi primer La Falda es imposible de olvidar, fue en 1983 y yo tenía 22 años, o sea imaginate para mí lo que era, fue increíble, fue muy loco porque yo tocaba con una banda que tenía un (órgano) Hammond y un (parlante) Leslie, vos sabés lo que es eso. Y no sabés como nos putearon porque tuvimos que subir el Hammond y el Leslie a un camión y era un kilombo tremendo. Fue muy increíble porque yo llegué con una banda tipo Janis Joplin, y fue muy loco porque no me conocía nadie, pero me respetaban porque tocaba rock. Estuve tres veces en La Falda, en el ’83, ’84 y ’86. En el ’86 toque antes que Fito, yo estaba programada para tocar de día, y como se había hecho de noche no me querían poner luces, entonces yo dije: bueno, yo subo y toco igual, pero le voy avisar a la gente que no me quisieron poner luces. O sea todo bien, yo toco igual, pero les voy avisando que los prendo fuego. Entonces viene Quaranta (el iluminador) que es un amigo y me dice: ‘Claudita, no te preocupes, yo te pongo luces’. En esa época era así, se aprovechaban un poco de que uno tocando era feliz”, remata.-  

Fecha: sábado 15/06/13
Lugar: El Pungo bar de La Cumbre