Una sentencia para que todo siga igual y una sociedad que no confía en sus jueces, es el resumen de la primera instancia del juicio por Cromagnón.
Por Néstor Pousa © 2009
“A mí este fallo no me modifica nada, sea que los condenen o los absuelvan, a mi hija no me la devuelven”. Así pensaba y declaraba al informativo de Radio Nacional Córdoba la madre de una de las víctimas tras oír la sentencia el pasado miércoles a la tarde. Y aunque el comentario a algunos les puede sonar un tanto egoísta, nadie podrá decir que no tiene razón, ya que la vida de esta madre fue irremediablemente modificada el día que su hija de 27 años murió asfixiada adentro del trágico lugar de espectáculos conocido como República Cromagnón, hoy todo un símbolo de la corrupción pública y privada, y de la forma de ser de una sociedad sin horizonte, y en muchos aspectos, sin respeto por las reglas. Una sociedad que hizo de esa forma de ser, una marca registrada de la cual, lejos de avergonzarse o tratar de revertir, prefiere jactarse.
El veredicto del juicio por el Caso Cromagnón trajo más rechazo e indignación que consuelo, en los padres, parientes y amigos de las víctimas de aquel siniestro 30 de diciembre de 2004.
¿Qué bases jurídicas o técnicas podemos tener quienes sólo hayamos seguido el caso por los medios, para opinar sí lo resuelto por el jurado en esta primera instancia, es justo o no?
Todo el peso de la ley cayó sobre el polémico Emir Omar Chabán, 20 años de prisión para quien llevó adelante su propia defensa de una manera demasiado metafísica y enigmática durante todo el juicio, y aún en sus apariciones mediáticas. Las otras dos condenas mayores (18 años para cada uno) fueron para Diego Argañaráz, ex manager de Callejeros y para el Sub Comisario Carlos Díaz, aunque ninguno de ellos irá preso hasta que un tribunal superior ratifique o modifique lo dictado hasta el momento. Como ya es público, los Callejeros fueron absueltos y los demás implicados, funcionarios y otros miembros de la policía, recibieron condenas casi “simbólicas”. Si tenemos en cuenta que las figuras penales fueron incendio doloso y pago (y cobro) de coimas, casi se podría deducir que el tribunal desestimó profundizar la investigación sobre quien encendió la bengala, o en la supuesta incitación a su uso por parte de los miembros de la banda. Todo hace suponer que el pensamiento fue el siguiente: de estar el recinto en perfectas condiciones de habilitación y cumpliendo con todas las normas de seguridad, ninguna bengala hubiera podido provocar semejante catástrofe.
Por supuesto que el sentimiento de los padres de las victimas no conoce de todos estos razonamientos casi banales, y para ellos la única justicia que cabía, lo que reclamaban a viva voz, eran 25 años de cárcel efectiva para todos los implicados sin excepción. Esto no sucedió así, y que algunos, los más exaltados, hoy estén hablando de justicia por mano propia, si bien puede entenderse desde el dolor que están padeciendo desde hace casi cinco años, deben darse cuenta que ese tipo de drásticas determinaciones no aportarán ninguna solución, y también constituyen un delito.
En Cromagnón murieron 194 personas, la mayoría adolescentes y jóvenes; pero también quedaron varios cientos de lesionados, traumatizados física y psicológicamente y familias mutiladas. Sí esto no sucedió por un fenómeno natural, digamos un rayo del cielo o un cataclismo cósmico, entonces indefectiblemente tiene que haber responsables. Y con un saldo tan grave, la condena debería ser ejemplar. ¿Pero que tan ejemplar será? ¿Asimilaremos tanto dolor? ¿Aprenderemos algo de todo este triste e irreparable episodio? Permítanme el beneficio de la duda. Como la duda que en los jueces hizo que decidieran absolver al grupo Callejeros en pleno, dejando otra duda mucho más grande en la mayoría de la opinión pública que ya había bajado el martillo con su propio veredicto.
Y así la historia continuará inconclusa, tal vez por varios años más. Como dijo esa acongojada madre: este es un fallo que no modifica nada. Por esa discutible capacidad que tenemos los argentinos de no poder dar vuelta la página y cerrar capítulos, para poder mirar al futuro con un -aunque más no sea- mínimo hálito de esperanza.-
Por Néstor Pousa © 2009
“A mí este fallo no me modifica nada, sea que los condenen o los absuelvan, a mi hija no me la devuelven”. Así pensaba y declaraba al informativo de Radio Nacional Córdoba la madre de una de las víctimas tras oír la sentencia el pasado miércoles a la tarde. Y aunque el comentario a algunos les puede sonar un tanto egoísta, nadie podrá decir que no tiene razón, ya que la vida de esta madre fue irremediablemente modificada el día que su hija de 27 años murió asfixiada adentro del trágico lugar de espectáculos conocido como República Cromagnón, hoy todo un símbolo de la corrupción pública y privada, y de la forma de ser de una sociedad sin horizonte, y en muchos aspectos, sin respeto por las reglas. Una sociedad que hizo de esa forma de ser, una marca registrada de la cual, lejos de avergonzarse o tratar de revertir, prefiere jactarse.
El veredicto del juicio por el Caso Cromagnón trajo más rechazo e indignación que consuelo, en los padres, parientes y amigos de las víctimas de aquel siniestro 30 de diciembre de 2004.
¿Qué bases jurídicas o técnicas podemos tener quienes sólo hayamos seguido el caso por los medios, para opinar sí lo resuelto por el jurado en esta primera instancia, es justo o no?
Todo el peso de la ley cayó sobre el polémico Emir Omar Chabán, 20 años de prisión para quien llevó adelante su propia defensa de una manera demasiado metafísica y enigmática durante todo el juicio, y aún en sus apariciones mediáticas. Las otras dos condenas mayores (18 años para cada uno) fueron para Diego Argañaráz, ex manager de Callejeros y para el Sub Comisario Carlos Díaz, aunque ninguno de ellos irá preso hasta que un tribunal superior ratifique o modifique lo dictado hasta el momento. Como ya es público, los Callejeros fueron absueltos y los demás implicados, funcionarios y otros miembros de la policía, recibieron condenas casi “simbólicas”. Si tenemos en cuenta que las figuras penales fueron incendio doloso y pago (y cobro) de coimas, casi se podría deducir que el tribunal desestimó profundizar la investigación sobre quien encendió la bengala, o en la supuesta incitación a su uso por parte de los miembros de la banda. Todo hace suponer que el pensamiento fue el siguiente: de estar el recinto en perfectas condiciones de habilitación y cumpliendo con todas las normas de seguridad, ninguna bengala hubiera podido provocar semejante catástrofe.
Por supuesto que el sentimiento de los padres de las victimas no conoce de todos estos razonamientos casi banales, y para ellos la única justicia que cabía, lo que reclamaban a viva voz, eran 25 años de cárcel efectiva para todos los implicados sin excepción. Esto no sucedió así, y que algunos, los más exaltados, hoy estén hablando de justicia por mano propia, si bien puede entenderse desde el dolor que están padeciendo desde hace casi cinco años, deben darse cuenta que ese tipo de drásticas determinaciones no aportarán ninguna solución, y también constituyen un delito.
En Cromagnón murieron 194 personas, la mayoría adolescentes y jóvenes; pero también quedaron varios cientos de lesionados, traumatizados física y psicológicamente y familias mutiladas. Sí esto no sucedió por un fenómeno natural, digamos un rayo del cielo o un cataclismo cósmico, entonces indefectiblemente tiene que haber responsables. Y con un saldo tan grave, la condena debería ser ejemplar. ¿Pero que tan ejemplar será? ¿Asimilaremos tanto dolor? ¿Aprenderemos algo de todo este triste e irreparable episodio? Permítanme el beneficio de la duda. Como la duda que en los jueces hizo que decidieran absolver al grupo Callejeros en pleno, dejando otra duda mucho más grande en la mayoría de la opinión pública que ya había bajado el martillo con su propio veredicto.
Y así la historia continuará inconclusa, tal vez por varios años más. Como dijo esa acongojada madre: este es un fallo que no modifica nada. Por esa discutible capacidad que tenemos los argentinos de no poder dar vuelta la página y cerrar capítulos, para poder mirar al futuro con un -aunque más no sea- mínimo hálito de esperanza.-
Fotos: Clarin.com y DyN