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Andrés rockea, a su lado Comotto |
COBERTURA ESPECIAL
Por Néstor Pousa
Por Néstor Pousa
No
es difícil acceder al predio donde se realiza el Cosquín Rock, ubicado en Santa María de
Punilla, municipio serrano donde desde hace cinco años recaló -luego de iniciase en la
Plaza Próspero Molina de la ciudad a la que le debe su nombre y tras un paso
por la Comuna de San Roque frente al lago de igual nombre- el Festival de Rock
más grande del país y ahora también el más longevo.
Santa
María de Punilla es una relativamente pequeña localidad con poco menos de 10.000
habitantes que se desarrolla a ambos lados de la Ruta Nacional N° 38 en pleno
corazón del Valle de Punilla. La cuestión es que para el fin de semana del
magno evento ve cuadruplicar esa cifra con eventuales habitantes. Para llegar
hasta el aeródromo el punto de referencia es la escultura de una guitarra
eléctrica al costado de la ruta, cerca de una garita de colectivos y pegada a
las vías del ferrocarril. La banda de sonido de las humeantes parrillitas al
paso repletas de choripanes a medio asar es casi exclusivamente de los Redondos de Ricota, banda que nunca
estuvo, ni estará en algún Cosquín Rock,
pero que su vigencia en el sentimiento del rockero argentino se
hace notar porfiadamente.
El
segundo paso es cruzar el río Cosquín, tan calmo y refrescante en momentos en
que el sol agobia, como caudaloso y amenazador cuando las condiciones
climáticas conspiran. El cruce se hace por un pequeño puente estilo película de
guerra, única puerta de entrada/salida para las 40.000 (a veces más, a veces
menos) personas que jornada a jornada legitiman con su presencia que este es ya
uno de las mayores citas musicales de todos los tiempos.
Una
vez sorteado el puente el camino se bifurca: el de asfalto, recto y ascendente en dirección a la montaña, será la ruta a seguir por el personal de producción,
músicos, periodistas y toda otra persona involucrada en los servicios del
evento. El de la derecha, serpenteante, de tierra, es el ingreso para el
público que al atravesarlo deambulará por un interminable shopping gastronómico
del palo, en dónde las papilas gustativas son inevitablemente impactadas por
aromas y sabores al ritmo de la música propalada por equipos de sonido al
borde de la saturación. Aquí también la que impera es la exbanda del Indio y
Skay, aunque se cuela por ahí alguna canción de La Renga, otro de los números que jamás pisa un festival masivo y mucho
menos si está sponsoreado. Por uno u
otro camino habrá que patear unos 300 metros, etapa final para llegar al gran
parque temático del rock donde abundará la música en vivo en sus cinco
escenarios funcionando simultáneamente, pero que también ofrece una amplia gama
de entretenimientos afines a la misma y como una marca registrada de este
encuentro. El público podrá recrearse con la
shockeante experiencia de Fuerza Bruta,
un deslizamiento en tirolesa por frente al escenario principal, un paseo en
vuelta al mundo (que esta vez no funcionó), participar de alguna de las
presentaciones de libros, vista de rockumentales, shows de stand-up con figuras como Roberto Pettinato, Hernán Casciari, un set de humor
cordobés a cargo del Flaco Pailos, y por qué no, hacerse un corte de pelo
extravagante en una sucursal ambulante de la autoproclamada única peluquería
rockera de Córdoba.
La
sub-fauna de cronistas tenemos la primera parada técnica en la carpa de prensa, espacio
de trabajo y a la vez refugio. Los momentos allí transcurren entre montañas de
cd’s de bandas que pugnan por hacerse conocer y
la posibilidad de conversar cara a cara con algunos de los protagonistas del
festival. La carpa también es el lugar donde sabés que te vas a encontrar con el abrazo de
colegas de todo el país, a veces de países vecinos, algunos de ellos amigos por
tantas batallas de rock & roll jugando para el mismo equipo.
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Adrián Dárgelos en acción |
Salmonalipsis
now
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Salmón on screen |
La
primera jornada había cumplido con toda su oferta prometida, un menú muy
variado en los cinco escenarios.
Por el principal ubicado en la cabecera norte, habían hecho su trabajo
con efectividad los Guasones y su
dosis de rock & roll clásico; el regreso de Los Auténticos Decadentes desatando su fiesta de 28 años con sus
tres cantantes alternos: Cucho Parisi, Jorge Serrano y Diego Demarco; y el
número de semifondo, los Babasónicos,
que siguen facturando vivos gracias a ese gran disco que es Romantisísmico, pero que esta vez
sorprendieron con una revisión de sus trabajos anteriores.
Luego
que el personal de gira realizará un exhaustivo chequeo de equipos a la vista
de todo el público, Andrés pisó por primera vez el célebre escenario cordobés a
la 0:15 de la madrugada del domingo con la rama femenina del rock dando quórum
absoluto. Tras un breve saludo descerrajó una seguidilla sin respiros. Alta suciedad y El salmón abrieron el fuego (casi literal); siguió con Cuando no estás, Rehenes y 12 pasos, de su
disco más reciente, pero que se corean como clásicos; y A tus ojos, el primero que se escucharía de Los Rodríguez, banda formada por Andrés
en su estadía española y que su plantilla se repartía mitad argentos, mitad
ibéricos. Recién entonces paró la pelota en propio campo para agradecer: “A José (Palazzo) y a Cosquín Rock por la paciencia y el respeto”; larga espera que
se encargó de retribuir con un concierto intenso, emotivo y extraordinario,
porque superó los niveles esperables de una presentación para festival.
El
repaso de su extensa obra de más de tres décadas fue minucioso. Para
tener una aproximación bastante certera se puede recurrir al cd + dvd de reciente
lanzamiento titulado Pura sangre
(2014) que documenta distintos momentos de su gira por argentina y algunas plazas de Latino América. El show continuó con Nacimos para correr, la balada
existencial incluida en Bohemio y
otros hits con los que convive a la perfección como La libertad, Estadio Azteca
y Media Verónica. Si uno se ponía a
pensar, es increíble el repertorio acumulado por Andrés Calamaro; el problema es
que no había tiempo para pensar porque enseguida aparecía Mil horas, el mega clásico “ochentoso” que escribió en la etapa Abuelos de la Nada, o el summum
interpretativo en Me estás atrapando otra
vez, que dejó a todos casi sin palabras. Y nuevas referencias a Los Rodríguez
con Mi enfermedad y Todavía una canción de amor, la
colaboración Calamaro/Sabina que avivó la euforia al extremo.
A
este Andrés, que lucía vincha NBA, raybans oscuros y sobria remera al tono con
loguito de las 3 tiras, se lo observó moverse a gusto por todo el tablado, pero
absteniéndose a la tentación de recorrer la pasarela que invade el espacio del
público. Acompañado por una banda notable en la que se destacan Sergio
Verdinelli, de insuperable golpe en su batería todo terreno; y las dos
guitarras que lo flanquean: Julián Kanevsky para los solos sensibles y slide guitar; y Baltasar Comotto el de
los punteos incendiarios cuando el momento exige rockear a fondo.
De
buen talante y excelente humor, no apeló a esa pose distante de rockstar incomunicado del mundo, pero
tampoco abusó de la retórica. Prefirió la ironía cuando citó su histórica frase
que en otros tiempos le trajo algún dolor de cabeza: “Que linda noche para fumarse un…”, y pidió a los 30.000 presentes
que la completen, para rematar: “Si somos
imputados, que nos imputen a todos”. Fue el único roce de Andrés con la más
urgente actualidad política.
En
el momento evocativo de la función y mientras él mismo se cebaba “un mate
amargo para endulzar la garganta” (sic), mencionó las pérdidas irreparables de
Joe Cocker, Paco de Lucía y Johnny Winter, a los que les dedicó Tuyo siempre. Antes de que a alguien se
le ocurra inoportuna esa canción en ritmo de cumbia, hay
que recordar que la coda repite el verso “Porque
no voy a olvidarte nunca más”.
Hacia
el final de dos horas de show el mayor de los Calamaro volvería en los bises con
un nuevo homenaje a grandes artistas del gremio de los que todavía no se
asimila su ausencia física. La gran pantalla devolvía sus imágenes y nombres en
el momento de Los chicos, dedicada a los amigos que se fueron primero, con
especial referencia cordobesa para el Potro Rodrigo. El enganche como tema final
de Sucio y desprolijo (Pappo’s Blues) seguía por la misma vía
rindiéndole un nuevo tributo al Carpo, en una versión tan prendida fuego que ni
la copiosa lluvia, que ya empezaba a anegar todo el predio, pudo apaciguar.-
El
Cosquín reprogramado. Mirando el cielo.
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Andrés Giménez (De la Tierra), agita |
Ante
lo inesperado de la reprogramación del domingo a martes, y debido a que muchos no pudieron quedarse un día más, se resintió notablemente el número de asistentes del último día.
Como era de esperar la mayor atención la tuvo Patricio Santos Fontanet con Don Osvaldo, versión reseteada de su anterior
Casi Justicia Social. El fenómeno de
adhesión incondicional que manifiestan sus seguidores debería ser objeto de análisis
de algún sociólogo más que de un cronista de rock. Ajeno a cualquier especulación, la inclusión en el
Temático Rock de una leyenda como Viticus -estrenaba nuevo guitarrista
cantante- fue un clase maestra de rock & roll para los seguidores de los
otros grupos de la grilla.
Mientras
que en el Hangar las bandas de Córdoba hacían su rancho aparte, en el escenario
principal Skay se hacía cargo de un
cierre de ciclo tan inesperado como merecido; los Kuryaki funkeaban sin importar demasiado las condiciones adversas, los Eruca Sativa estrenaba un lugar de
honor en el cronograma de horarios y Boom
Boom Kid azotaba este escenario por primera vez con su estilo frenético.
Todo esto ante una convocatoria que en términos numéricos podría definirse como
ridícula. Obvio, la multitud estaba en otra cosa.
En
definitiva estos últimos apuntes deberán considerarse como notas de color o bien pasar a engrosar
futuros capítulos del anecdotario del festival, pues todos los allí presentes lo único que
esperábamos era que se terminara de una buena vez esta edición que, salvo el
sábado, el resto de los días nos encontró mirando el cielo más que lo que ocurría
en los escenarios.-
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